Fue cerca de Francia, la tuve justo en frente de mí, al otro lado de la ría. Esta pasada semana salí de aventura, como siempre, a tocar, a cantar, a conocer gente, a dormir en estaciones de servicio, a descubrir algo nuevo cada vez que toco los temas de siempre, y a experimentar con los nuevos, intentando obsevar qué ocurre con cada uno según hacia dónde lo lleve. La duda de en qué se convertirán cuando finalmente me ponga delante de ellos y entienda que ya son capaces de hablarme por sí mismos, de trasmitirme algo, de liberarme de lo que tengo dentro, hasta sentirme cómodamente vacío, para volver a llenar de otras esencias, de otras ideas más o menos profundas, más o menos triviales. A veces me faltan palabras, a veces no sé que decir, a veces no quiero decir nada porque el silencio también cuenta, y es desolador cuando se empeña.
Estuve en Hondarribia y en Irún (Guipúzcoa) y luego en Barrillos de las Arrimadas (León) un pueblo de siete habitantes y cuatro líneas de teléfono, en el que se come de vicio y en el que la gente está para otra cosa, está para disfrutar de la vida y de las pequeñas cosas de cada día, muy puestos en todo lo que ocurre en el resto del país pero a salvo del bullicio, mientras al fondo se ven los picos de europa y la estación de San Isidro. Queremos ir a sitios lejanos a disfrutar de la naturaleza y lo exótico, y lo tenemos en nuestras manos; águilas, vacas, caballos, cigüeñas, lobos, ovejas, y un río en el que te puedes bañar, es más, en el que debes bañarte durante el verano par quitarte de encima el calor del sol, y poder irte a dormir relajado. Dar un concierto en una casa de madera en mitad del campo, con las estrellas y treinta personas como testigos es un lujo. Un afortunado.
A pesar de ir sólo disfruté mucho del viaje. La sensación de libertad, de control sobre tu vida, sobre lo que quieres y no hacer, no tener nada ni nadie que te lo marque, que te diga qué debes o qué tienes que hacer con tu tiempo, que no deja de ser uno de tus mayores privilegios, tiempo para hacer o deshacer, tiempo para ti mismo, para conocerte mejor, para disfrutar de la naturaleza y la compañía de los demás. Y me pregunto... teniendo en este país como tenemos uno de los mayores vacíos demográficos en el centro de la península (salvando Madrid, clado), de toda Europa... ¿De verdad no hay sitio y comida para todos? Tal y como han evolucionado las comunicaciones (algo en lo que creo debemos incidir con especial énfasis), ¿No es posible mejorar nuestra calidad de vida, sin necesidad de vivir en edificios que son como latas, en pisos de 30m2, tardando una hora en desplazarte a tu puesto de trabajo, y perdiendo una tarde entera para poder ver a un/a amigo/a con el/la que has quedado? Como diría Albert Pla... hay que organizarse!
Uno se siente músico cuando se libera y sólo se mueve a través del ritmo de las canciones, cuando estás tan vinculado y comprometido con los sonidos que salen de tu boca y de tu guitarra, que cuando abres de nuevo los ojos, y te percatas de que frente a ti hay alguien escuchándote, -que a su vez interactúa contigo-, entiendes y admites que no puedes concebir la vida de otro modo, has encontrado tu sitio, tu esencia, el sentido de tu existencia. La música te lleva, se apropia de tu tiempo, de tus energías, de tu risa, y la buscas, y quieres que te de lo que crees que es tuyo, y acabas riendo cuando dominas la carrera, cuando diriges hacian dónde quieres ir, y lo demás es todo complementario; haya más o menos gente, cobres más o menos, sea un sitio grande o pequeño, y si, siempre lo tienes claro ¿Quien no tiene claro que no va a renunciar jamás a ser él mismo; libre, auténtico, e independiente?
No me hago demasiadas preguntas, tengo claro que quiero ser feliz y depende casi siempre de mi mismo serlo. Es mi responsabilidad.
0 comentarios:
Publicar un comentario