No terminé de contar qué pasó este mes en la gira, y llevo días queriendo narrarlo porque tiene miga. Resulta que una vez que Albert se largó a Barcelona, nos quedamos Jesuli y yo sólos en Valladolid. Era una semana movidita, en la que tocaba todos los días menos el lunes y el miércoles. Aproveché para intentar descansar y reponer fuerzas, aunque no hubo forma. El martes día 15 toqué en Salamanca, en el café Santa Ana. Luego tocaba el jueves en el Alquimista, también en Salamanca, el viernes en valladolid en el famosísimo Café Teatro, y el sábado en León, en la sala La Lola, regentada por el padre de los hermanos Quijano. Fueron días de mucho movimiento, de estar de un lado para otro. Salamanca tiene un encanto muy especial. Sabes que en cada esquina se está cocinando algo, la gente tiene ganas de hacer cosas, de crear, de recitar, de actuar,... hay un ambiente que motiva. El concierto del Café Teatro tenía miga. Al principio nadie parecía interesado/a en el tema, pero luego se animó la cosa. Mucho apoyo por parte de la gente del local, que las han visto de todos colores en estos diez años que llevan. Había una guitarra que Leiva dejó como regalo al local, cuando nadie le prestaba atención. Esas cosas dejan huella. Dimos lo mejor de nosotros mismos en un gran cierre de fiesta. Luego Cachuli y yo nos dimos una vuelta por la capital de castilla-león, con Cotê, que a esas alturas se había apuntado a la locura y se unió al tramo final de gira, algo que le agradezco mucho, no sólo por la calidad de la compañía sino porque es un detallazo que no se olvida.
Las comilonas que me pegué esta semana fueron realmente copiosas y sustanciosas. Buena comida, buen ambiente, y rodeado de gente que quiero. Sin duda, este tipo de situaciones son las que convierten la paliza del viaje y de la ruta en algo mucho más llevadero. Es cierto que cuando llevas un par de semanas fuera de casa sin una ubicación clara, y variando el plan cada media hora, te sientes a ratos, un poco perdido. Cuando tienes algo de tiempo te empiezas a cuestionar ciertas cosas, pero se te pasa en cuanto te subes al escenario, y se te compensa cuando una persona que te ha escuchado dice haberse emocionado.
El domingo partimos hacia el País Vasco. El destino me tenía preparada una última prueba de fuego; resistir en Euskadi sin nada. Desprenderme de todo y quedarme con una pequeña mochila y mi guitarra y como dirían ellos: "Txapela buruan, ta ibili munduan" Creo que se escribe así. En el país vasco tocaba en la provincia de Guipúzcoa, el domingo en irún y el lunes en andoain. Había estado muchas veces en Donosti, es más tengo una amiga allí a la que por circunstancias me resultó imposible llamar, pero nunca había ido a dar un concierto, eso me motivava mucho. Los había cerrado gracias a la intermediación de un manager amigo mío (subrayen esto porque es un hecho muy especial) y gracias al Injuve, dentro del programa de Creación Joven.
El coche dijo basta luego de 200 km sin poder cambiar de marcha. El embrague pidió papas. Viendo la tesitura en la que me encontraba decidí parar y llamar a una grúa allá por el alto del Pancorbo, entre las provincias de Burgos y Vitoria-Gasteiz, un paraje absolutamente nevado y a una temperatura que invitaba a salir huyendo de allí. Tuve que renunciar a mi equipaje que se quedó en el coche junto con el resto del material, para llevarme únicamente la guitarra y una mochila pequeña. Afortunadamente Cotê venía conmigo así que entre los dos nos reímos mucho de la situación y tratamos de salir del paso. La aseguradora me facilitó un taxi que nos dejó en Irún. Allí llegamos al Café Irún situado en un polígono industrial pero que nos dejó atónitos de lo bonito, grande y cálido que resulta.
Un sitio decorado como los grandes cafés europeos de antaño, con una iluminación bella, y que ofrece todos los servicios de manera integrada pero coherente; desde restaurante (exquisito, por cierto), a sala de baile (decenas de personas bailando) a café-bar (muy cuidado y con mucho buen gusto). Nos trataron muy bien, y actué mientras la gente cenaba, en una sesión que definiría como "piano-bar", pero que también curte al artista. Tratar de tocar sabiendo que no eres el centro de atención también tiene su cosa, principalmente porque si quieres hacerlo bien tienes que obviar esto, y centrarte de manera total en la música para no desconcentrarte con otras cosas, así que la atención tiene que ser mayor que habitualmente, ya que sabes que tu música únicamente suena de fondo para amenizar el momento, y es fácil que te despistes o que no imprimas a las canciones el carácter y la vivacidad que tienen.
La noche de hotel sirvió para reponer energías. Una casa realmente apacible. Mientras trataba de saber qué pasaba con Alfi (mi coche), me pegaba un homenaje en la panadería. Esos sitios tienen para mí un encanto especial. Hay veces, que encuentro algunas que tienen muchas cosas que me gustan y no me quiero largar de allí. Le di al desayuno continental a eso de las dos de la tarde que te deja en tu sitio y gracias al que vuelves a sentirte persona. Luego paseo por Irún. No vimos demasiado, quizás porque aunque es la segunda ciudad más grande de Guipúzcoa, tampoco hay mucho que ver. Me resultó muy vasca (sé que es una perogrullada lo que acabo de decir) y algo industrial (recordemos que estuve en un polígono), pero no me entusiasmó de manera especial, aunque me entretuve. El viento y el frío nunca me ayudan cuando salgo de viaje.
Acabamos en la Plaza de Moscú (tiene nombre vasco pero imposible acertar con él) celebrando el famoso día de la Chistorra. Me comí un par de ellas en unos panes hechos con no sé qué, que sabían cuanto menos distintos a lo que acostumbro a tomar. Me gustó. Música tradicional vasca, que me gustó oír las dos primeras horas, pero no las seis que estuve, y ambiente como el de cualquier fiesta popular, pero a lo vasco; mucho alcohol, algo de comida, y a reunirse unos con otros, en definitiva, lo que llevamos haciendo siglos y siglos. Digo a lo vasco porque llevaban trajes típicos regionales y hacían bailes típicos. Mucha gente y muy buen rollo.
Manolo (que será el manager que se encargue de mi próximo proyecto discográfico) nos vino a recoger y nos llevó a la localidad de Andoain donde cerraba el periplo de más de medio mes fuera. Antes tuvimos el reconocimiento médico de la Ertzaina, que nunca ha dejado de saludarme en todas y cada una de las visitas que he hecho al País Vasco y han sido muchas. Esta vez la culpa fue de Manolo que se escapó de un semáforo en rojo. El local de Andoain, el Txitibar, era también de primera, un sitio no excesivamente grande y sin escenario, pero en el que la acústica propia del sitio favorecía la calidad del sonido. Vino al concierto un soberbio guitarrista rumano, experimentado ya, y amigo de Manolo, que hizo de juez sobre mi actuación y me sentí muy agradecido al saber que me había puesto nota, y buena. Su apoyo y sus consejos me los tengo bien guardados. Luego tapeamos a gusto y nos quedamos verdaderamente contentos. Fue un buen concierto, y sobre todo destacar la sensación que tiene uno cuando ve que dedica su vida a esto y que por un momento se cree que puede funcionar y que quizás algún día podría vivir de esta profesión y ser persona haciendo canciones e interpretándolas para otra gente. Una satisfacción muy grande.
Llegamos por poco a las doce de esa misma noche a un autobús que nos dejaba en casa, es decir Irún-Vigo. 16 horas de viaje, y debe ser que estoy tan machacado que ni se me hizo pesado. Pasamos por San Sebastián, Bilbao, Santander, Oviedo, Gijón, Ribadeo, Coruña, Santiago, Pontevedra, y finalmente Vigo, cogí el C4 y a casa. ¡Una pasada! Volví porque mi coche iba a tardar varios días en ser reparado y no tuve más remedio que aceptar que se quedase en un taller en Miranda del Ebro, a dónde tendré que ir a buscarlo en los próximos días.
Mi conclusión después de toda esta aventura es que merece la pena. Merece la pena retarse a uno mismo, salir de casa, jugarse el cuello, apostar por lo que uno cree, perseguir sus sueños, aunque vengan mal dadas, aunque no ganes, etc. Cuando ves que la gente no te respeta duele, y cuesta mantener la cabeza alta, pero si estás satisfecho de ti, y seguro de lo que quieres siempre tienes una motivación para continuar. Dar conciertos por toda España es algo muy grande. Enfrentarte a gente que jamás ha oído hablar de ti, sentir que no tienes a tu coro de colegas en la primera fila y que tienes que ganártelos de uno en uno es algo que te hace mejor músico, más experimentado, más trabajado, porque pasas día a día perfeccionándote. Mucho más sincero y sentido. Económicamente hasta gané algo, no mucho pero algo sí. Personalmente, pude ver a un montón de amigos que no veo con asiduidad, y conocer gente nueva. Musicalmente, ensayo, actúo, aprendo, comparto, y me doy a conocer aunque sea a un reducido grupo de gente. Demuestro que soy un obrero de la música y me mantengo fiel a mí mismo y a mis principios. Ahora toca descansar y pensar en nuevos planes, pero pronto habrá que ponerse de nuevo en marcha.
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