6.- Mirá vos… (parte I de II)
Buenos Aires, 28 de diciembre de 2012
¡Qué difícil resulta a veces encontrar el momento adecuado y oportuno para ponerse a escribir! Más cuando se trata de tu diario, de relatar lo que vas viviendo y sintiendo. Si estoy muy ocupado no escribo porque estoy muy ocupado, y si no lo estoy, muchas veces no escribo porque eso significa que no he hecho nada interesante que merezca ser compartido, así que me cuesta horrores encontrar el momento preciso, y claro, luego acumulo demasiada tralla toda junta.
La última vez que escribí fue unos días antes de mi concierto en el Teatro El Fino de Buenos Aires (www.teatroelfino.com). De alguna forma ese día daba un paso importante en mi estancia aquí, puesto que acompañado por mis “niños perdidos argentinos”; Tomás “Bomba de humo” Leone, y Martín “Rock” Medina, habíamos montado un concierto serio, con repertorio propio, en un local bastante chulo del centro de la capital. A veces hay determinados hechos que vistos con el tiempo dan la sensación de haberse conseguido con extrema facilidad, y si uno se para a pensar en el trabajo y esfuerzo que hizo para que salieran adelante, la percepción cambia. Así sucedió aquella noche.
Llenamos el pequeño teatro vendiendo algo más de sesenta entradas, cantamos durante dos horas, y pasamos una gran noche en la que comulgamos mucho con el público que participó en todo momento. Luego pude ver algunas fotos que colgué en este blog, algún video, intercambiar impresiones,… me sentí contento de que todo saliese bien, de que ganásemos algo de dinero (aunque no fuera mucho), y de que en definitiva hiciésemos un gran trabajo. Los años de escenario te van cambiando, acaban por lograr que ese momento, esas dos horas, te sientas absolutamente tú, y esa sensación por esperada que pueda parecerme no deja de emocionarme. Que dure.
Este concierto marcó un poco el devenir de los acontecimientos. Llenar una sala, quedar bien con los dueños, sacar algo de dinero, vender algunos discos, que el público quedase tan contento, y que mis compañeros se sintiesen a gusto determinó que este mes hayamos estado muy unidos y crear un ambiente de banda en activo que yo siempre persigo.
Días después fui invitado por mi amiga Claudia Damerdjian, a un recinto llamado Konex, en el que se celebran muy buenas actuaciones. Ella sigue bastante a Lisandro Aristimuño y allá fuimos a verlo en directo. Conozco la música de Lisandro desde hace bastantes años porque se da la casualidad de que el manager de Stereotipos (banda amiga), David Quintanilla, es amigo mío, y un día en su antiguo despacho de Vigo, me habló maravillas de un tal Lisandro al que iba a ayudar a darse a conocer por España conectándolo con Quique González, Xoél López, Iván Ferreiro, etc. Lisandro no ha logrado asentarse en España, pero en Argentina tiene su público, y llenó dos o tres fechas seguidas el Konex, que debía estar a una capacidad de entre 600-800 personas. Su música mezcla sonidos populares argentinos y latinos, con samplers y sonoridades electrónicas, pasando de la música de autor al rock o al pop. Una mezcla poderosa en lo rítmico y melódico. Una voz peculiar y fácilmente reconocible, y temáticas abordadas a través de una fina poesía, le convierten en un artista singular, que sin embargo no acaba de emocionarme a pesar de que tenga personalidad propia y una propuesta genuina, quizás porque las canciones no siento que me atrapen, que me emocionen, y pasan una tras otra, sin que ninguna de ellas te enganche. Lo he escuchado más veces, pero nada, por ahora no le pillo la vuelta. Con todo, he de reconocer su calidad, y el concierto estuvo bien, acompañado por hasta siete músicos, que le secundaron y arroparon. Claudia y yo hemos quedado alguna vez más, aunque nos vemos poco últimamente. Algo circunstancial porque es de mis mejores amigas aquí.
El hostel se ha quedado vacío. Apenas diez personas pueblan un espacio en el que pueden llegar a juntarse más de cuarenta. Han llegado las vacaciones. Casi todos los extranjeros se han marchado a sus países. Prácticamente todos son latinoamericanos, salvo Nieves (española de murcia) y yo, que somos los que permanecemos aquí, junto con algunos argentinos que no tienen vacaciones hasta dentro de un mes o dos. Alguna gente ya no volverá al hostel cuando terminen las vacaciones en marzo y acabe el verano de aquí, ya que han encontrado un piso. Ese es otro de los temas que siempre me ha traído de cabeza porque aunque me lo he planteado no acabo de verle la vuelta. Alquilar un piso para mí sólo es un gasto extra que no puedo permitirme, además está el tema de los papeles, y sería todo ello una complicación. Para alquilar un piso compartido hay que tener con quien, y yo no tengo. Puedo recurrir a desconocidos, pero lo cierto es que ni quiero cambiarme de barrio (me llevaría más gastos y mayor pérdida de tiempo ya que la escuela está aquí), ni quiero pagar más, y la verdad es que en un compartido, entre el alquiler y alguna factura que pueda haber el costo sube, o al menos eso es lo que he podido ver cuando he ojeado este asunto. Así que uno se ha ido habituando a vivir en el Maghandi Hostel y por ahora no me muevo.
Me da algo de pena que la mayor parte de gente está de paso. Conoces a alguien, hablas un par de veces con esas personas, pero de pronto llevas un par de días sin verlas, y resulta que se han ido. Eso me pasa a menudo. Es cierto que me relaciono poco, que suelo estar medio día en la escuela, y el otro medio encerrado en internet, o cuando no, fuera, porque he quedado o he ido a hacer cualquier cosa, pero no me paso tiempo en el hostel en los espacios comunes comentando la jugada como hacía en aquellos tiempos del Chaminade en Madrid o en el ISA o la ENA de La Habana, quizás porque han pasado casi diez años, quizás porque siento que debo aprovechar al máximo el tiempo, quizás porque estoy saturado de gente, de ir y venir. Esta profesión se caracteriza por la inestabilidad, por el no saber qué va a ocurrir mañana, si cobrarás o no, si irá gente o no, si tendrás que viajar, etc. Siempre ha sido así, más si eres compositor e intérprete de tus propias obras, y tienes que intentar darlas a conocer. Eso te obliga a no parar.
Ahora que está todo en silencio, que apenas hay nadie por los pasillos, aunque me siento en paz, tranquilo y a gusto, siento también lo rápido que han pasado estos cuatro meses. He hecho muchas cosas, conocido mucha gente, y he disfrutado mucho, pero el ritmo como de costumbre en mi vida ha sido vertiginoso; muchas caras, muchos nombres, muchos sitios, muchas situaciones diferentes que imagino que iré asimilando con el tiempo, y con la calma de este verano que me espera.
Gente del hostel
Del hostel me quedo con algunos nombres propios que merece la pena destacar a estas alturas;
Nieves y Mayan. Siempre están juntos. Ella española (creo que la he mencionado más de una vez) y él del sur de argentina. Buenísima persona. Inteligente, preocupado por el mundo que le rodea, y con nobles intereses. De las personas que más admiro en este lugar. Tengo buena relación con ellos, aunque es verdad que no hemos hecho vida fuera de la residencia. Me alegra que estén aquí.
Kari Tokman y Lorena Ospino. Ambas trabajan en la recepción. Son chicas que no llegan ni a los veinte años. No sé si he hablado de ellas hasta ahora. La primera ha dejado el hostel así que como no quedemos, dudo que la vuelva a ver. Me llevo bien con ellas, son simpáticas, agradables, y además Kari fue la responsable de que yo viniese aquí porque era quien me escribía cuando estaba en España. Hablo de vez en cuando con ellas, pero me sucede lo mismo que con Nieves y Mayan, no hemos quedado fuera de aquí. Sé que es culpa de ambos y que tiene fácil solución, pero creo que no se ha dado. Todo lleva su tiempo, y ese es uno de mis hándicaps, que no suelo tenerlo, o que estoy poco en el mismo sitio.
El dueño; Andy. De Andy sé poco, pero siempre me ha caído bien. Tiene más o menos mi edad, y sé que es una persona solidaria y preocupada por el medio ambiente. Un tipo con muchos valores que se lo ha currado mucho, y que fácilmente podría estar en mi pandilla. Sucede que llevamos vidas muy diferentes, venimos de sitios muy diferentes, y haría falta mucho tiempo compartido para que eso sucediese, pero que sea el dueño de este hostel me hace sentirme mejor aquí.
Ale Müller. Sin duda con el que mejor relación tengo. En muchas cosas me reconozco en sus actitudes. Trabaja por las noches en el hostel, luego en una vinoteca, y duerme a cualquier hora, come cualquier cosa, vive lejos de su ciudad natal, y estuvo en Alemania bastante tiempo porque se enamoró de una y se largó con ella. La cosa terminó y se volvió. Es un tipo inteligente, domina varios idiomas, y con él sí que he ido una noche por ahí, y lo cierto es que es un buen compañero de fatigas. Hablamos bastante y ahora que estoy de vacaciones a veces me quedo comentando la jugada con él en la noche.
[mañana continúa...]
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