18 de marzo de 2005
Cuando empecé…
Han pasado 7 años desde que dejé de tener 15. Era como la mayor parte de mis amigos, un chico tras un balón, que sólo detenía su desaforada persecución del esférico, si se cruzaban en el camino unas bonitas piernas de virginales adolescentes, bien protegidas por unos padres que le habían encargado la educación de sus princesas, a los jesuitas. La verdad es que no sabía nada del mundo de la música, pero era tanta mi ilusión por dedicarme a ella, que me sentía parte de la misma. Grababa en cintas mis canciones y se las vendía por 200 pesetas a mis amigos. Escuchar aquellas cintas era realmente imposible. Estoy seguro de que alguna ni se oía. Decían que era mejor en directo. En verano, en la playa, mientras los demás iban conociendo a 100 Pippers, White Labbel, Dyc,… y añadían a la definición de chocolate una acepción mucho más excitante que la clásica, yo tocaba los acordes de mis primeras canciones, que hablaban sobre lo mismo que las que hago ahora, con una ingenuidad a la que aún trato de aferrarme, pero que era muy típica de esa edad.
Pedro Guerra era el ejemplo de lo que podía conseguir. Me dejé el pelo largo como él, canté sus canciones por activa y por pasiva, fui a la entrada de sus conciertos y conseguí saludarle en varias ocasiones. Luego al llegar a casa sonaba Silvio Rodríguez y me hacía creer que las Islas Cíes eran el Caribe.
Empecé a subirme sólo a los escenarios, o con algún amigo que tocaba la guitarra y acompañaba. Trataba de mentalizarme de que ir a clase de guitarra me sería de mucha ayuda aunque todo lo que allí estudiaba me parecía soporífero. Qué decir del colegio. El colegio se convirtió en el mayor taller de canciones que jamás he visto. Cualquier cosa era merecedora de ser convertida en canción. Siempre tuve cierta facilidad para las relaciones personales y es algo que me hace sentir bien, lo digo, porque sin prejuicios de ningún tipo, ni miedo a lo que los demás pudiesen decir de mí (todos sabemos que en el colegio somos todos muy crueles, a lo que añadir, que está por demostrar que fuera de él no lo seamos aún más), conseguí que la gente se solidarizase con mi causa y así, todos estuviesen al tanto de que Samuel Leví es cantautor. Ahí nació "el mito". A partir de ahí a la gente se le hacía más raro que siguiese persiguiendo balones por el patio, y que creciese hasta límites insospechados mi sujeción a las chicas, esas extrañas que llegaron a un colegio masculino con 14 años y que revolucionaron el sistema establecido, haciendo que nos preocupásemos por cosas como la ropa, el pelo, o la forma de hablar,…cuestión de actitud.
Las condiciones acordadas con el dueño del local de mi primer concierto eran las siguientes: las entradas costaban 500 pesetas (lo mismo que valía ir al mejor cine de la ciudad), y tenía que vender 60 para que se hiciese el concierto, si vendía más, el dinero de las restantes iba para mí. Lo vieses por donde lo vieses, era una estafa. La noche anterior no dejaba de dar vueltas por mi habitación pues apenas había vendido 25 entradas. Era imposible, pero como en otras ocasiones, tuve estrella. Cinco minutos antes de saltar al escenario, mi mejor amigo subió a informarme: “¡Samu, vendimos 88!”. El concierto lo recuerdo con bastante cariño, no sólo porque era mi primero, si no porque además estaba tocando la guitarra y cantando mis propios temas. Era el principio.
Analizándolo fríamente, creo que poco he cambiado desde aquella época en mi forma de hacer las cosas. Mi idiosincrasia parece ser la misma. Fueron 5 años antes de marcharme a Madrid, “la ciudad de las oportunidades”, en los que senté las bases de lo que quería hacer con mi vida, por eso incluso cuando todo sale mal, creo que jamás podré escapar a esta necesidad de subirme a un escenario y compartir con la gente mi música.
Para el recuerdo una ciudad donde no había ni un solo garito para actuar, donde proliferaban grupos y más grupos cuyas tendencias oscilaban del pop-rock, al heavy, el metal, el grunge,…y que no eran capaces de llegar a un público al que tampoco se le facilitaban los medios para llegar a la música de los grupos locales. Piratas y Killer Barbies eran los únicos capaces de hacerse oír más allá de Galicia. Aún pregunté hace poco cuántos artistas y grupos locales tiene registrado el ayuntamiento y la respuesta fue que por ahora 270. No tengo ni la más remota idea de dónde actúan todos esos grupos, ni qué música hacen. Estoy casi del todo seguro que los componentes de esas formaciones están trabajando de repartidores de pizzas, de dependientes de tiendas, etc. o estudiando administración y dirección de empresas o periodismo, cualquier cosa con la que puedan alimentarse porque tal y como está el mercado, serán unos pocos elegidos los que podrán vivir de ello, si es que alguno lo hace. Seguro que la gran mayoría empezaron con la misma ilusión que yo. Yo me encuentro en busca de un milagro, de que aparezca mi buena estrella, porque de lo contrario la próxima vez que me vean puede ser cuando pidan un mega-super-maxi-hiper-gigante-extrem-BigMac en alguna hamburguesería. Eso sí, a todos nos gusta la música, pero…nadie está dispuesto a dejarse su dinero en ella.
Salud y república, abrazos y besos.
Samuel Leví.
0 comentarios:
Publicar un comentario