10.- ¡Che, escuchen! Se pudre todo (parte II de VI)
Buenos Aires, 28 de septiembre de 2012
[...esto es una continuación de la entrada anterior. Hacía casi seis meses que no actualizaba mi diario así que este capítulo será largo]
[pueden encontrar todos los capítulos de este diario en la etiqueta "personal" (columna de la derecha)]
Por internet todos somos muy guapos, para qué negarlo. Es un gran escaparate, y sí, la mayor parte de las cosas están en venta. Yo decidí que me venía a Buenos Aires en un momento en el que me sentía a gusto en mi ciudad, y luego de diez meses de no parar un solo segundo haciendo música de acá para allá, a veces bien acompañado, y otras jodidamente solo. Fue un año especial, muy intenso, y de pronto me vi con un cambio inesperado que me obligaba a tomar una determinación… ¿A dónde me voy a vivir? Podría haber cambiado de apartamento y ya está, o pedirle a mi madre que me hiciese sitio en su piso e irme para allí. Podría haberme enredado la manta al cuello y largarme a otra ciudad española, para conocer más a fondo otro sitio en compañía de algún amigo, pero fui valiente, de veras lo creo. Opté por lo más difícil y lo más excitante, y ahora, mal que me pese, ya no soy el mismo. Es imposible ser el mismo un año después de todo esto. Vivir en el Magandhi Hostel tiene mucho que ver. ¿Os acordáis del primer capítulo de este blog? Estaba cargado de energías y de ganas, y mis amigos, en mi despedida en España se habían encargado de darme todo el impulso y ánimo posible, así que llegué fuerte, como siempre es de desear en situaciones así, sin arrastrar nada contigo, libre. ¿Pero qué dije nada más llegar? Que el sitio no era lo que había visto por internet y que no me convencía. Pensé que duraría poco o nada, y ya veis, aquí sigo un año más tarde, en este curioso hostel, lleno de personajes de lo más variopinto.
El barrio es una delicia. Me gusta estar en Belgrano ¡Sólo faltaría! Es realmente lindo y estoy medianamente bien comunicado. Domino la zona perfectamente y estoy cerca de la escuela. En el hostel caben 46 personas, que son bastantes. Todos vienen y van. Desde mi llegada, sólo quedan 6-7 personas de las que había el día que llegué. Lo lógico sería irse. Pasa que encuentras cierta estabilidad, que encima me ofrecieron hace seis meses trabajo los domingos aquí y a regañadientes acepté y ahora me siento algo atrapado. Atrapado porque con lo que gano trabajando los domingos me pago el 50% de mi hospedaje, y de esa forma cada domingo puedo ahorrar algo de dinero para mis supuestos (no creo que lo llegue a ver) “grandes proyectos” que nunca llegan porque nunca tengo lo suficiente como para llevarlos a cabo, y no quiero hacer medianías. Atrapado porque dentro de lo que cabe, ese constante movimiento de personas te mantiene distraído, conoces gente, te avivas un poco. Igual en un piso tú solo te pegabas un tiro. No lo sé. La cosa es que me atrapo porque no quiero mudarme de barrio para no tener que complicarme la vida con desplazamientos diarios a la escuela, y porque compartir departamento con habitación individual está bastante caro aquí ahora mismo, y los precios no dejan de subir, y buscarme algo propio está imposible sin regularizar mi situación aquí. Todo esto, que se puede solucionar en una semana, se complica cuando te pasas todos los días metido en una escuela estudiando, y cuando te faltan ganas y energías para hacer las cosas. ¡Cómo echo de menos un buen desayuno!
En estos meses tuve un compañero que hizo que las cosas cambiasen para bien y con el que me sentí especialmente a gusto, un amigo; Facundo Farias. Conectamos desde el primer momento y compartimos montones de charlas y de planes. Por fin pude decir que estaba acompañado por alguien. Estuvo cuatro meses en el cuarto, y lo pasamos realmente bien. Informático (como mi gran amigo e infatigable compañero de aventuras, Pablo Ferreira), muy inteligente, con intereses artísticos, y muy despierto, ha sido una de las personas que más me han llamado la atención de mi estancia aquí. Cometí el error de emocionarme y creer que estaría aquí mucho tiempo, es más, por momentos creí que nos iríamos juntos a un piso, pero… yo empecé con Natalia, y a la semana siguiente él conquistó a una chica de su trabajo por la que suspiraba. Los dos estábamos rebosantes de alegría de tener con nosotros a nuestras respectivas chicas. En poco más de un mes, me dijo que se iba a vivir con su chica. Así, tal cual. Me dio mucha pena, pero la sensación de vacío ha venido luego. Fue la persona que más tiempo compartió cuarto conmigo y con la que me sentí mejor, y perderlo me afectó, aunque nunca hable de ello. Hemos seguido viéndonos, pero poco. Ambos muy ocupados, las cosas se complican. Creo que le envidio. Le admiro mucho. Él consiguió irse a vivir con la chica que quiere, y a mí las cosas me han salido bastante diferentes, ya que no sólo no conseguí nada parecido a eso, si no que perdí a la persona que quería. Hay que tratar de tener encaje sin perder empaque… pero no es fácil.
Hay una película que me gusta mucho en la que el perseguido afirmaba que estaba siempre preparado para huir en menos de un minuto sin dejar nada importante atrás. No te aferres a nada de lo que no puedas desprenderte en menos de un minuto si la policía te está persiguiendo. Algo así era. Al final lo único que podía reternerle era una chica. Sólo el amor era capaz de hacerle perder. No se elige, se siente. Yo siento que todo puede cambiar en cuestión de minutos, de horas. Es el peaje que he tenido que pagar por la profesión que he escogido avivado por mi carácter y mi naturaleza, y llevado al extremo por la suerte que tengo, que no acompaña a veces. Así he aprendido a desprenderme de las cosas. A consumir nada. Cuando digo nada, es mucho menos de lo que podáis imaginaros. A valorar todo aquello que tengo y sentirme en alguna medida identificado con ello, pero ser consciente de que puedo vivir sin depender de esas cosas, de casi todo lo material. Valoro mucho otras sensaciones, intangibles, que no tienen precio ni etiqueta, que se saborean, que se huelen, que se tocan, que a veces ni se ven, pero se perciben. Un abrazo, un beso, un mensaje, una palabra en un momento preciso, una mirada, un recuerdo, un plan de futuro, un sueño,… si, lo sé, ahora caerán sobre mí diciéndome que de eso no se vive y no se come. Estoy de acuerdo, pero dejadme que sienta lo que me venga en gana, no le hago daño a nadie. Veo a mi alrededor, mi cuarto, mis bolsillos, los dos cajones de este armario, y apenas veo cosas, casi no hay nada, poco más que una maleta, unos cuadernos para clase, un par de guitarras, algo de material musical para distribuir/vender, y poco más. Podría salir corriendo esta misma noche, el problema es que nunca sé a dónde ¿A dónde quiero ir? Y me quedo quieto. Miro por la ventana. Recuerdo otros países, otras habitaciones, a veces mías y a veces no, pienso en qué ventanas he considerado mías, y pienso en qué vistas vendrán en el futuro, pero le tengo algo de pavor por si no me gusta, por si no me siento mejor que ahora. Y quiero darme la vuelta y que haya un montón de personas que quiero detrás, a modo de fiesta sorpresa (nunca tuve una), e imagino que me sentiría bien, pero esas cosas no pasan, y si pasan nunca son como tú las sueñas. Al final va a ser verdad, que es mejor que no sueñe tanto.
[En los próximos días seguiré subiendo las partes que faltan hasta completar este capítulo. Gracias por vuestra paciencia]
1 comentarios:
Es el aire porteño, es el camino que hace el peregrino, es un cantador de historias y un íntimo amigo revelado para ser escritor...Gracias Leví
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