Este pasado miércoles día 28 a eso de las nueve de la noche moría mi abuela, María Rodríguez Corujo. Le faltaba algo menos de un mes para cumplir 96 años, una pasada de tiempo. Nació en 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial. Poco después vendría la Revolución Rusa, los ecos del rojo comunismo soviético en la España de Alfonso XIII, y más tarde los años veinte americanos, las primeras películas en blanco y negro, la dictadura de Primo de Rivera... Cuando mi abuela cumplío la mayoría de edad en este país aún no se había proclamado la república. Luego la Guerra Civil. Cuando venían los nacionales se metía en un horno a esconderse y a rezar para que todo pasase. Ella no fue a la escuela, apenas unos pocos años, no le sirvió para saber escribir bien y hacer las cuentas más básicas, eso sí, con los años su cabeza y su astucia le permitirían ser hábil para la economía, y ser la gran administradora de la familia. Casada desde joven con mi abuelo, tuvo tres hijos, un chico, y dos chicas, entre las que se encuentra mi madre.
Podría pasarme horas hablando de mi abuela porque he tenido la fortuna de pasar a su lado bastante tiempo, de conocerla y quererla bien. Sobre todo de respetar el momento que le tocó vivir, de entender que venía de situaciones que nunca podré más que imaginar y que para un chico nacido en el 82 resulta difíciles de vislumbrar. Tenía carácter, era muy creyente, lamento que no haya podido disfrutar más de mis cosas, porque le resultaban demasiado "modernas" para ella, muy anciana. De todos modos me quedan palabras del castellano antiguo para el recuerdo, una sonrisa maliciosa después de sacar su genio y su furia, un guiño de complicidad hacia mí, que por lo que fuese me convertí en su niño mimado. Me siento muy agradecido a ella, por cuidarme tantas veces y por demostrarme que me valoraba y me respetaba.
Triste porque se haya ido pero entiendo que era el momento. Su calidad de vida empezaba a brillar por su ausencia. Los achaques de la senectud, las reiteradas caídas cuando aún quería hacerlo todo por sí misma, fueron debilitando a una de las mujeres más fuertes que he conocido. Para una chica pobre de pueblo no fue fácil llegar a la gran ciudad y formar una familia, tampoco adaptarse a los nuevos tiempos, pero lo hizo.
No puedo más que sonreír al recordar lo mucho que me quería y lo feliz que era conmigo. Siempre la sacaba de quicio, me metía con ella, y la hacía rabiar y reir al mismo tiempo. Era su preferido, el niño mimado, la "víctima" como me llamaba a veces, y ese papel nunca me ha disgustado a ratos ¿Quien no quiere sentirse protegido y arropado por los suyos?
Hasta siempre abuela.
Te llevaré conmigo.
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