Buenos Aires, 28 de junio de 2013
Opciones. Pensaba ayer sobre la importancia de tener opciones. El otro día un buen amigo me hablaba de esto. Pienso en las opciones como puertas abiertas. Diferentes entradas. Formas correctas de llegar a un mismo lugar con medios distintos. Y por extraño que parezca eso se confronta con mi terquedad, con ese impulso tan mío de considerar que las opciones se reducen hasta su mínima expresión cuando sabes bien lo que quieres, cuando lo tienes muy claro, y cuando no te conformas con otras rutas, es decir, si, te conformas, o asumes que no puedes cruzar el río por según qué sitios, pero eso no hace que te sientas bien, prefieres hundirte intentándolo a tu modo. Suena épico pero es más bien trágico. Convengamos de nuevo en que sería más correcto contar con cuantas más opciones mejor. Pongamos un punto y aparte diciendo que soy un soñador, y que esa es a la vez mi gran victoria, y mi gran derrota.

Nunca me marqué mayor objetivo en la música que el de dar a conocer mis canciones al mayor número posible de personas, aprender lo máximo, grabar mis discos, y dar mis conciertos. Hay un breve texto de cinco líneas que aparece en mi currículo y que mantengo desde el año 2002 en el que defino que ese es mi objetivo. Y sigue siéndolo. Y si me paro a pensar, ya lo era cuando empecé en 1997. Triunfar es superar tus miedos. Triunfar es mejorarte. Triunfar es llegar a cotas que creíste inalcanzables. Triunfar va más allá de números y cifras de ventas. Así al menos lo veo yo. Siempre he pensado esto. Eso no ha impedido que tenga grandes sueños, que proyecte actividades que puede que jamás logre llevar a cabo porque no cuento con la infraestructura, los medios, o el capital para poder desarrollar, sin embargo, me siguen motivando a continuar, a tratar de acercarme a ellas, y la verdad es que nunca las consigo tener en mis manos, creo que por ese inconformismo tan del artista, que hace que en cuanto logras escalar un peldaño estés pensando en cómo se verán las cosas desde el siguiente. Vengo mucho a este blog a repasarme, a ver si estoy convencido de lo que he ido haciendo, y lo cierto es que siempre llego a la conclusión de que sí, pero luego, al día siguiente, mañana mismo, volveré a sentirme encerrado en estas cuatro paredes considerando que aún puedo dar más, que aún queda mucho por hacer, que estoy lejísimos de mi meta particular. Y quiero hacer otro disco, y más canciones, y mejores conciertos, y la cadena no termina nunca. Imagino que es bueno que no termine nunca, que no deje de rodar.
Ahora bien, de algo hay que vivir. No voy a firmar un artículo de opinión sobre lo complejo que es vivir de tus propias canciones, ni voy a ponerme a llorar, no va conmigo. Si no te gusta eso dedícate a otra cosa. Siempre supe que no sería sencillo. Es ingrato y desesperante. Cuando alguien bromea sobre los cantautores que escriben canciones tristes… me pongo en la piel del artista, y pienso que quien lo dice no es capaz de ver más allá, de ponerse en la piel del chico de la guitarra. Las cosas se ven muy distintas a medida que pasan los años, y la dificultad aumenta exponencialmente. Subirse a un escenario ahora, es mucho más osado que hace diez años, porque por aquel entonces eras un adolescente que arriesgaba poco. Ahora estás jugando con tu comida, con la factura de la luz, con la posibilidad de convertirte en el bicho raro que sigue haciendo canciones y tocando en pubs después de más de una década. Si no sales por televisión parece que no eres nadie. Tu vida es inestable, caótica, incierta. Tienes que estar siempre bien de salud, siempre disponible, siempre al máximo, siempre con ganas de comerte el mundo, y eso, señores y señoras, es imposible. Así que echas un vistazo a la cartera y si los números no salen… habrá que buscarse un plan B.

Ahí cada uno encuentra el suyo… o no. Lo cierto es que venía pensando eso estos días. Momentos de flaqueza que hacen que te cuestiones si serás capaz de resistir. Saber el esfuerzo que has hecho para estar donde estás y lo frágil que es tu situación. Sentir que a pesar de ese esfuerzo no has logrado ahorrar lo suficiente como para mantenerte independiente, como para poder proyectarte, como para publicar una nueva obra. Te sigues formando sin la certeza de que eso te vaya a asegurar mayores beneficios a corto plazo, sino porque sabes que la formación te da opciones, si, opciones, esas de las que hablábamos al principio. Y sólo no puedes, y necesitas ayuda, y colaboración, y un equipo humano que trabaje contigo, que crea en tu proyecto, y músicos que te arropen, y profesionales del sector en los que puedas confiar y que sepan hacer bien su trabajo preocupándose por ti. Y todo eso, a veces se da, a veces te aproximas, y otras no. Y es complicado y caro de mantener, y un largo etcétera. Y dentro de este sector de la música, uno puede hacer montones de cosas, hay muchas líneas de trabajo a las que puedes enfocarte, y por ahí viene otro de mis grandes problemas ¿Y si sólo me gusta hacer una cosa? A mí me gusta componer mis canciones, a mi manera, con mi estilo. A veces experimento, otras indago, juego, etc. Pero siempre mis canciones. Luego mis proyectos discográficos, mis shows,… es verdad que querría introducir muchas novedades, darle según qué pinceladas, pero todo gira en torno a eso. No me veo siendo profesor, no me veo de músico de estudio, o como sesionista, ni me veo de productor, o haciendo versiones, o clásico, o en una orquesta… y me parece estupendo aprender un poco de todo, y ver cuántas posibilidades existen, pero la verdad, lo cierto, lo único que puedo asegurar es que no disfruto, ni me siento feliz, ni tengo apetencia, por hacer nada de todo eso, y claro, ahí radica mi condena. Si lo único a lo que quieres dedicarte en la vida es a hacer canciones, discos y conciertos propios, con tu obra independiente, pues la verdad es que tienes todas las papeletas para morirte de hambre.
¿Entonces? ¿El plan B? Pues en eso estaba yo pensando. No tengo ni idea de qué pasará este año, por centrarnos en el futuro más inmediato. Sé que sigo mejorando, que esa mejoría es notoria, que estoy aplicando todo lo que aprendo a mis canciones, y que posiblemente consiga titularme este mismo año, terminar el título de técnico profesional de música y aspirar a entrar en el grado superior, con el que completaría mis estudios musicales. Después pienso que todo eso es sólo la antesala, porque el estudio musical no termina jamás, y ya mismo, pienso en que mientras continúo dando a conocer mis dos álbumes, y los temas que he compuesto recientemente, mientras eso sucede y ahorro lo que puedo para sacar a la luz un nuevo trabajo, los meses van pasando y mi ansiedad crece cuando pienso en ¿Qué haré si no puedo hacer lo que quiero hacer? Pues, haré lo que tantos otros; lo que buenamente pueda. No sé si eso es un fracaso horrible, pero trataré de no sentirme un gran derrotado. Haré otra cosa. Y asumiré eso como una de esas opciones, una de esas puertas abiertas. Quizás no mi primera opción, pero tal vez no tenga por qué ser una opción mala. ¡Qué queréis que os diga! Prefiero verlo así que vivir condenado porque no logré ser jugador del Barcelona. Y entonces pienso en esos chicos, que ahora tienen mi edad, y que de niños-adolescentes soñaban con jugar en el Barça ¿Cuándo abandonaron su sueño? ¿Cómo se sienten? ¿Asumieron su incapacidad para conseguirlo y se orientaron hacia otras metas? ¿Sufren en silencio? ¡Yo qué sé! Llámame idiota, pero yo creí que la mejor manera de cumplir mis sueños era intentándolos hacer. Y aquí estoy. A veces me equivoco, ya ves tú.

Me gustan los procesos de ir conociendo a alguien, de entrar en su vida, de hacerse un hueco. Me gusta imaginar un futuro junto a esa persona, fantasear con ello. Es algo lindo. He conocido muchas personas, y soy un nostálgico de mierda. No paro de echar de menos a muchas de las amistades que tengo. Te enteras por internet de cualquier cosa de alguien que hace años que no ves, y me dan ganas de volver atrás, de estar más cerca de esa persona, de compartir algo con ella, etc. Pero no hay tiempo, esa es la verdad, y eso es lo que me mata. No tener tiempo como antes, cuando eras más crío. El círculo era mucho más pequeño, y de ese modo se podía controlar todo mejor. Disfrutaba más. Por eso ahora me cabrea tanto hacer algo que no me gusta, algo a lo que no le encuentro interés ninguno. En fin. Todos se van agrupando de a dos. Van encontrando su pareja y ahí se quedan, tan tranquilos y tan felices. Ni los envidio, ni les culpo. Es una opción. Yo no me voy a poner pesado con este tema, pero me lo tomo con mucha calma. Vamos de a poco. Estoy conociendo a alguien, y estoy a gusto. Ya es un paso.
Con eso de que llevo ya una buena cantidad de meses en Buenos Aires, a veces se me olvida relatar detalles que sorprenden de la vida en otro país, como que al pasar cierto tiempo, te haces a la idea del lugar en el que estás, asumes o tratas de asimilar ciertas diferencias, y ni siquiera reparas en ello. Luego, el día que vuelves a casa, pasa el proceso contrario, todo lo que era habitual para ti, vuelve, y entonces te das cuenta nuevamente de lo distinto que era el sitio en el que habías estado viviendo. Pasa en todos los órdenes de la vida, en cualquier plano, las diferencias existen. La última que ha llamado mi atención son las rotondas. Si, si, las rotondas. También llamadas glorietas en Colombia y México, óvalo en Perú, redoma en Venezuela, y redondel en Ecuador y El Salvador, supuestamente creada para facilitar el tránsito vial en cruces de camino y carreteras, y evitar accidentes. Partamos de la base de que salvo honrosas excepciones, no me gustan. Acepto aquellas de grandes dimensiones, que crean una plaza, en las que confluyen numerosas vías principales de una ciudad, etcétera, pero es que resulta –y tardé en acordarme de este detalle que había conseguido olvidar- que mi ciudad, Vigo, se caracteriza por la proliferación de las rotondas, tenemos rotondas a mansalva, tanto es así, que en los últimos años se habían puesto de moda, no sé cómo estará la situación ahora, pero desde luego hubo un momento en los últimos años medio esquizoide, que se colocaban rotondas todos los meses (o daba esa sensación). Ralentizan el tráfico, generan cierto caos, y aumentan el estrés del personal. A veces están mal señalizadas, y en lugar de aclararte, te lían. No es la primera vez que ves a más de uno dar varias vueltas seguidas pensando en cómo salir de la rotonda. A veces frenan tanto el tráfico que consiguen que la gente se desespere, acelere, adelante cuando no debe, y ¡Crash! Choque estúpido y tremendo disgusto. Te hicieron el día.
Lo que me ha sorprendido es darme cuenta que aquí no hay. Vivo en una de las provincias más pobladas del mundo, con cientos de miles de autos compartiendo asfalto todos los días, y fíjate por dónde no hay rotondas. Empecé a pensar en mi barrio, en las calles que frecuento, en otros sitios a los que suelo ir… y ¡Es increíble! ¡No hay rotondas! Y ¿Sabéis qué? Eso, eso, es un placer. ¡Voto por una ciudad sin rotondas! Vigo ha sido siempre –al menos lo que a mí me ha tocado vivir- una ciudad con un terrible problema de tráfico. Lejos de solucionarse se ha enquistado de tal modo, que uno no se da cuenta el horror en el que vive hasta que conoce otros lugares. Me dicen que Buenos Aires es una ciudad horrible para conducir, si, claro, y Madrid, y todas las grandes ciudades suelen serlo, porque hay muchas calles, mucha gente, muchos coches, largas distancias, etc. Pues diré algo, Vigo, en el que me paso días enteros de “calles vacías” es por momentos igual o peor. Eso debería de corregirse de raíz, con medidas drásticas y revolucionarias. El día que hicieron el túnel de Beiramar y el Berbés, se avanzó mucho. Hay que echarle un vistazo al mapa urbano y corregirlo. Creo que mejoraría mucho la calidad de los transportes y con ello la calidad de vida en la ciudad.
[en los próximos días subiremos la continuación de este capítulo. Todos los anteriores los tenéis en la columna de la derecha de este blog. Si pulsáis sobre la etiqueta "personal" aparecen. No falla]