Buenos Aires, 10 de enero de 2013
[El resto de capítulos de este diario, pueden encontrarlos en la etiqueta "personal" de la columna de la derecha de este blog, o paseándose por el cronograma]
Las vistas son muy distintas según el piso en el que estás. Desde las plantas altas hay mejores perspectivas que desde las más bajas, donde se puede apreciar mejor lo dura que puede resultar la calle. Ocurre lo mismo cuando estás en la cima de la montaña, o cuando vives en lo más profundo del valle. Hoy estábamos haciendo labores de limpieza en el jardín del hostel, con dos compañeros, el polifacético Diego Macana, y el “hombreparatodo”, José Sotero, dos personajes brutales que llevan años habitando este lugar. Tirábamos trastos inservibles y que se habían acumulado en el jardín hasta convertirlo en un desguace de piezas metálicas, maderas, cristales, y utensilios varios rotos, estropeados, y que ya resultaba casi imposible reutilizar. He dicho casi. Siempre hay alguien que le encuentra la vuelta, alguien para quien eso que tú llamas basura, puede ser la solución a un problema, o incluso un progreso, porque ni te imaginas en qué condiciones viven. Argentina tiene estas cosas. Apilas todo en la esquina de tu calle, y en unos minutos, como por arte de magia aparece una familia necesitada que recoge cosas de la calle y que ni se sabe cómo se las arregla para transportar parte de lo que has dejado a vete tú a saber dónde o para qué. Y nuevamente te quedas sin palabras, y piensas que algo estamos haciendo mal, que esto está muy mal repartido, y que sobran cosas y faltan ideas.
Toda gran ciudad ofrece un excelso catálogo de dificultades que uno debe sortear si quiere poder sacar adelante un plan con amigos. Veamos; el tráfico, y los problemas derivados del transporte, con el consecuente gasto de tiempo en poder trasladarte hasta el lugar de la cita o del evento; el gasto económico que muchas veces conlleva según qué planes; el tiempo, los horarios, la agenda de cada uno… que ve cómo se sobrepasa de largo la oferta que a uno le llega con el tiempo disponible para poder dedicar a algo que no sea el trabajo propiamente dicho; etc. Esos problemas –que no por habituales o repetitivos dejan de serlo- acaban por vencerte, quizás no la primera vez, pero a la larga dinamitan tu energía y tu ilusión y te convierten a su causa, transformándote –si no lo eras ya- en alguien acomodado que tira por la calle de en medio y que se rinde sí o sí a la opción más fácil y que más le convenga en cada momento, sin importarle mucho lo que quiera-necesite-desee el/la otro/a, sea este, su amigo/a, su pareja, un familiar,…. Y es que vivimos en sociedades competitivas, estresantes y depresivas, que moldean individuos egoístas y egocéntricos, que ya no se sensibilizan de los problemas de terceros, curados en salud después de asistir día tras día a informativos sensacionalistas que les indican lo mal que está todo, y que están acostumbrados a ver a su alrededor la pobreza, que ya no se oculta porque no hay lugar donde esconderla, y que aflora en cada rincón. Y luego nos venden el sueño de que uno puede ser el elegido, la estrella, el icono, y claro, todos quieren ser el número uno, no importa de qué, todos quieren salir en la portada, no importa de dónde.
¿Y los amigos? Qué queréis que os diga… para mí los amigos lo han sido todo durante la mayor parte de mi vida. Los amigos han ocupado un lugar enorme en mi vida, y valoro mucho la amistad. Personas que te han acompañado, que han estado a tu lado, que han cuidado de ti, que te han apoyado, que han contribuído a tu felicidad, que te han enseñado, y con las que has podido sacar lo mejor de ti para de algún modo tratar de compensar un poco tanto afecto recibido. Yo no cambio a mis amigos por nada del mundo. Pero yo, que creo que soy un tipo observador, no sé, siento que cada vez las relaciones son más pasajeras, con menos fundamento, más oportunistas. Ahora sí porque me convienes, porque me vienes bien, porque coincide, pero en el momento en el que tenga que hacer el más mínimo esfuerzo ponderarán otras muchas cosas antes que la amistad ¿Y sabes qué? Que acepto cualquier excusa, cualquiera, menos la comodidad, si, que sea por lo que quieras pero no por cómodos. Y es que somos unos cómodos. Aceptamos someternos a empresas que nos explotan, a jefes que nos denigran, a contratos que nos subyugan, pero por un amigo, no, por un amigo no movemos un dedo porque estoy muy cómodo en casa. Eso demuestra cuales son los valores de la sociedad en la que vivimos. Por dinero venderíamos a nuestras madres, si no lo hemos hecho ya. Olvidamos nuestro nombre por dinero, para tener los bolsillos llenos, y comprar cosas que no necesitamos para nada, porque nos han hecho creer que con ellas seremos felices, seremos mejores, seremos más guapos, pero a nadie le importa nada de eso, porque los demás están en lo mismo, demasiado ocupados en sí mismos, en sus cosas, y como críos nos cansamos enseguida de la novedad, sea ésta una novia, una amiga, una cazadora nueva, o una maquinita de esas tan guapas que salen ahora cada mes, con nuevas aplicaciones y futuristas formas de contacto para ¿Contactarnos con quien? No importa. Importan los números, que mucha gente, sea quien sea que está del otro lado, pase por ese escaparate digital que hemos montado de nosotros mismos y nos diga que le gustamos, que somos populares, que tenemos onda, y para eso nos copiamos unos a otros y seguimos modas de las que dentro de unos años nos arrepentiremos y posiblemente nos avergoncemos, pero si hoy es lo que se lleva ¿Qué se le va a hacer?
Luego de un rico asado genuino argentino, zapando con Facu Torella, saxofonista de "los niños perdidos". Un fenómeno. |
Y en medio de todo esto me encuentro en Argentina, y saltan las alarmas cuando digo abiertamente que no hay persona más informal que un/a argentino/a. Y aunque lo noté desde un principio, luego de más de un año, ya no cuelan historias para no dormir. Salvemos a ese pequeño porcentaje de seres extraños y fuera de la norma que forman la excepción que siempre confirma toda regla, y ejecutemos la sentencia de que: el argentino es una persona terriblemente informal y poco fiable. La espuma va bajando y desaparece al cabo de cierto tiempo y todo lo que te cuentan con grandes palabras y cierta verborrea se diluye. Precisamente a mí, que siempre me han tildado de persona con mucha capacidad para la dialéctica, no va a pillarme desprevenido este tipo de argucias, pero me sigo empeñando en no querer asumir que uno tiene que dejarse vencer por la falta de compromiso. Digo esto, porque sigue pasando aquello de intentar hacer planes, quedar con amistades, organizar eventos, etc. Y ver como una hora antes de la hora D empiezan a producirse bajas inesperadas, como si los planetas se hubiesen alineado para que justo poco antes de quedar, surgiesen imprevistos de todo tipo, que obligasen a unos y otros a ausentarse. Durante un tiempo, junto con algún amigo no argentino, comprobamos en nuestras carnes cómo se repetía este modus operandi una y otra vez, asistiendo a una retahíla irrepetible de excusas y pretextos de lo más variopinto, ante las que nada puedes decir, y que prefieres no sondear, no vaya a ser que te lleves un palo. Pero claro, sería injusto condenar a quien sí le suceda de veras, es decir, no puedes tachar a todos de impresentables porque habrá quien de veras no haya podido ir, el tema es que es tan típico, tan “normal”, que llegas a cualquier encuentro y la pregunta ya no es si llegará alguien tarde o a qué hora vendrán, sino ¿Vendrán? Y es posible que la gente con la que has quedado no aparezca. Llegar tarde no está mal visto. Está considerado parte del pacto. Hay quien trata de refutarme esto, pero la experiencia y el conocimiento que tengo de la situación indican todo lo contrario, tanto, que la mayor parte de personas que conozco no llegan jamás a la misma hora al trabajo. Si, he dicho al trabajo. ¿Cómo vas a pretender que lleguen a una hora a un sitio donde has quedado con ellos por devoción si no llegan ni a su hora a dónde se supone que están obligados a ir? Tampoco he asistido a episodios donde alguien se enfade por esto. Puede a lo sumo decirle algo en tono jocoso, o en tono menos amistoso, pero al poco tiempo todo en su sitio. Sí me han insistido en que haga lo contrario. Que la hora que pones para quedar, sea siempre aproximativa, sabiendo que pueden tardar en aparecer hasta una hora más tarde. Todas las veces que he probado a seguir un esquema horario de un argentino, he fallado; todas. Si te dice, sal a las nueve que llegas a las diez, sal a las ocho. Si te dice quedamos a las once, sal a las once de casa, etc. Esto, para una persona que viene de fuera y que trata de hacer amistades, planes, y demás, es demoledor, y te puede llegar a hundir. Nunca sabes bien qué pensar, si será por ti, si será por el plan, si será la otra persona la que ha fallado, si serán las circunstancias que no permitieron que las cosas se dieran,…
Una sociedad no puede prosperar con tanta falta de implicación y de seriedad, siendo tan informales y tan poco comprometidos. Noto un desarraigo absoluto con todo lo público y general. Un cuidado y una atención bastante incisiva con todo aquello particular y privado. Lo venía pensando el otro día a raíz de las noticias aparecidas últimamente de los saqueos, robos, e incidentes violentos. La pobreza, la insalubridad, el subdesarrollo está por todas partes en esta gran ciudad, y a la par, te encuentras gente rica, refinada, con alto nivel educativo, bien vestida, con gusto por la moda, consumismo, etc. Las calles de Buenos Aires son hostiles. Si paseas por el centro de noche, cuando apenas hay nadie, se palpa la tensión. Da la sensación de que en cualquier momento va a haber pelea. El detonante puede ser cualquier cosa. Es muy difícil saber por dónde pasa la solución, pero sé que no puede mirar para otro lado, y que la educación aquí y en cualquier lugar del mundo, es la base fundamental. Las normas están para cumplirlas, por unos y por otros, y eso, o en este caso, la ausencia de eso, impide al país ser más sólido y dar sensación de estabilidad, algo que no tiene. Cada día parece que puede ser el día en el que todo estalle por los aires. Cuando caminas de noche por un barrio residencial, o de clase media-alta, simplemente no pasa nada. Ves a gente sacar la basura, a lo sumo pasear al perro, y nada más, cada uno en su casa, con su familia, tranquilos o no, no lo sabes, porque también hay cierta tensión. Me decía mi madre que recorrió Centroeuropa, y otras personas amigas que también lo hicieron, que es curioso ver como en algunos países no ponen ni cortinas en las ventanas, no cierran las puertas de las calles, y esto no les supone ni el más mínimo quebradero de cabeza, algo que en España no es tan fácil de ver, pues bien, no han venido a Buenos Aires. Buenos Aires, es todo lo contrario. Cualquier casa tiene sistemas de seguridad, alarmas, cámaras, vallas de metal negro que impiden ver ni siquiera cómo es la casa, si hay finca o no, o el perro que anda suelto por el jardín. Una caseta de policía en muchas de las esquinas de cada cuadra/manzana, haciendo que vigila la situación, etc. ¿De verdad se puede construir una sociedad si no te fías ni de tus vecinos? Alguna vez escuché eso de que “el mentiroso es desconfiado porque se cree que todos son como él, que todos mienten”. Hay que tener cuidado con eso. Como dije en mi segundo disco; hay demasiado miedo para tan poco peligro. En Buenos Aires en cambio, sí que hay peligro, el peligro de que impera la ley del más fuerte, la del que todo vale, y eso es temible.
[en un par de días resolvemos esto. espero sean pacientes y comprensivos]
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