10.- ¡Che, escuchen! Se pudre todo (parte I de VI)
Buenos Aires, 28 de septiembre de 2012
[Este es el décimo capítulo de un diario que comencé cuando me trasladé a vivir a Buenos Aires, en agosto de 2011. Pueden seguirlo a través de la pestaña "personal" o en el organigrama de fechas de la columna de la derecha de este blog. Busquen y encontrarán.]
Me va a volar la cabeza. Llevo desde marzo sin escribir este diario, así que no haré ni siquiera el más mínimo esfuerzo por intentar resumir todo lo que ha pasado en todo este tiempo porque es imposible. ¿Por qué dejé de escribir? Eso es lo que me llevo preguntando varias semanas, pensando en todo momento que quería volver a hacerlo, pero que cuanto más tiempo pasaba más pereza me daba, ya que sentía que más en deuda estaba con vosotros de contaros un poco mis cosas. Pero más allá de todo eso, ¿Por qué escribo? ¿Por qué llevo siete años escribiendo todos los meses en este pequeño espacio de la red? Pues pensándolo bien hay una mezcla de motivos, que van desde el deseo personal de sacar lo que llevo dentro, lo que me preocupa y lo que me interesa, y el hecho de compartirlo con los demás, recibir su opinión, establecer diálogo, comunicarme, y más cuando en algunas ocasiones ni tan siquiera conoces a la persona que te lee. Hay una parte de mí que dice que me siento cómodo siendo sincero, mostrándome tal como soy, y seguro que hay implícito también el deseo de buscar comprensión en los demás, afecto, cariño, un cochino beso, y amor. Puede que a pesar de todos los esfuerzos que mi madre ha hecho siempre porque no me faltase nada de nada, ni siquiera ella haya podido evitar que haya crecido sintiéndome falto de amor. No sé si al resto de personas que han nacido sin uno de sus padres les habrá sucedido algo similar, pero en mi caso creo que es así.

Sigo con la etiqueta de extranjero, y creo que así seguiré hasta que me vaya. Me olvidé hace mucho tiempo de tratar de poner en regla mis papeles. Conseguí permanecer nueve meses con todo al día, pero no logré ninguna de las dos cosas que se antojaban más importantes de resolver aquí a nivel administrativo; obtener mi visa de estudiante, y obtener la convalidación de mis estudios españoles. Para lo primero, te solicitan mucha documentación. Algunos papeles los solicité hasta tres y cuatro veces –casi diría que tengo colección de alguno de ellos- y otros tardé horrores en conseguir que me los diesen. A veces por errores de la escuela, que me tuvo medio año sin poder darme un código imprescindible para la tramitación, y en otras ocasiones por deficiencias en el ministerio de migraciones, lo cierto es que tras siete intentos nunca logré mi objetivo, es más, obtuve de respuesta por parte de los funcionarios del ministerio que no volviese por allí, y que no me molestase en hacer los trámites porque ser ilegal era lo más sencillo y lo más cómodo. Con el tema de la convalidación de estudios, conseguí sólo una cita, pero no me sirvió porque los papeles de los que disponía no eran suficientes. Si migraciones te pide mucha documentación, lo de educación no tiene nombre… en realidad querían casi que viniese el rey a traer mis títulos oficiales, o que mis profesores de educación física y sociales de 8º de EGB se personasen como testigos de que había sacado un 7. Ridículo. De veras que estúpido. Sellos de la haya, documentación firmada y sellada por los ministerios en España, etc. Meses y meses de tener a mi madre mandando papeles de un lado para otro. Ahora, es posible que vuelva con los meses a tratar de gestionar todo, o puede que no porque es tanto el trabajo que hay que hacer para que te den la visa y la convalidación que a uno se le quitan las ganas.
Todo eso contribuye a que uno no se sienta muy cómodo. No tener a nadie también complica las cosas. Vine solo y solo sigo. Trato de hacer amistades, pero es complicado entrar en la vida de personas que tienen su círculo de amistades, su familia, su trabajo o sus estudios, y su mundo aquí, y tú eres sólo el “galle”, el nuevo amiguete que se irá en cualquier momento –o eso asumen ellos-, del que apenas saben lo que ven aquí, pero que entienden que no es su raíz, su lugar, su sitio, así que no dejan de tratarte como alguien que está de paso, y eso te desconecta aún más. Los argentinos son muy suyos, al menos los porteños. Estrés, ansiedad, presión, competencia, histeria,… normal que casi todas las personas que conozco pasen semanalmente por la consulta psicológica. Esta ciudad te quema la cabeza. Está bien para espabilar, para estar más activo, más despierto, para desarrollarte más rápido, pero también puede idiotizarte hasta el extremo, que te olvides de los detalles, de las cosas importantes, de sentir, de ser feliz, y únicamente te dediques a cumplir ciertos automatismos, porque no hay tiempo, porque mañana viene otra cosa, y así día tras día.

No me voy a poner palizas con la edad que tengo, ni con crisis existenciales, ni paranoias de ese estilo, pero es cierto que a medida que pasa el tiempo, que la desconexión con tus amigos de siempre y con tu pasado es más grande, porque el pasado reciente arrastra hacia más atrás al anterior, como si se tratase de la corteza terrestre y de capas de sedimentación que se superponen una tras otra, eso implica que cada día sientas más lejana la conexión con momentos, situaciones, personas, que te hicieron feliz en su día, y con las que por causas o azares no has vuelto a coincidir. La vida es aquí y ahora, y yo, que tiendo a ser un nostálgico empedernido, asumo como buenamente puedo todo esto, y no me resulta fácil, claro. No tengo dudas de quienes son mis amigos, sé quien me quiere y quien no, y tengo los pies en la tierra para reconocer que estoy viviendo una experiencia sumamente enriquecedora, y que desde que tenía 19-20 años hasta ahora no he parado quieto, he sido feliz, y he disfrutado de la vida que he llevado, pero también sé que aunque a veces no de esa impresión, según qué acontecimientos pasen a mi alrededor, me surgen las dudas y los miedos. El mayor de todos ellos es el dejar de tener ganas de vivir. El sentir que nada me llena y que sólo estoy, sin más, a pesar de que los demás me vean sonreir y con cierta vitalidad y energía, temo perder la ilusión por las cosas. Pierdes la ilusión e inmediatamente cae la esperanza. Pierdes la esperanza y te conviertes en un muerto viviente. Haces las cosas porque te dicen que hay que hacerlas o porque se supone que debes o tienes que hacerlas según lo que se ve bien y correcto por todos, y dejas de encontrarle sentido a tu vida. Te quedas en la cama y no encuentras motivos para levantarte, y no te importan las consecuencias de no hacerlo. Olvidas tu salud. Te olvidas de ti. Llega un punto en el que te olvidas de quererte, de valorarte. Sientes que los demás no te quieren ni te valoran y cae tu autoestima. Me encanta la gente a la que todo esto le importa una mierda porque no piensan en nada de todo ello, y lo resumen con un “yo no me rayo”, “yo no le doy vueltas a la cabeza”, o “yo no soy tan profundo”. Qué simple y qué bonito. Se ponen tristes si sube o baja el precio del pan, lo demás les da por saco. ¡Qué cosa de locos, che!
[en los próximos días subiré el resto de partes que completan este capítulo. hasta entonces, un abrazo para todos/as]
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