31 de julio de 2013, Buenos Aires, Argentina
Hay gente que nunca tiene del todo claro qué quiere hacer con su vida, en qué trabajar, a qué dedicarse, a dónde ir,… dudan, y dudar no es malo, ni un síntoma de debilidad en este caso, quizás les gustan demasiadas cosas, quizás muy pocas, y de alguna forma no son capaces de decantarse por una u otra opción y en eso se la pasan. Y me recuerda a John Lennon cuando decía aquello de que la vida es lo que sucede mientras haces planes. Otras personas en cambio optan por algo, y al cabo de un tiempo se desencantan, que cansan, o se aburren y varían el rumbo, van y vienen, los hay que nunca terminan ningún proyecto, pero que empiezan muchos. También tiene su punto. No creo que haya nada de malo en eso, porque estoy convencido que de todo se aprende, y que cuanto menos te sirve para saber qué no quieres hacer. Y por último está ese grupo de personas que siempre lo han tenido claro, que parece que nacieron con una misión, que son decididos y seguros y dicen saber lo que quieren. De entrada parece una suerte tenerlo claro, y seguramente lo será. Puede que por vocación, o puede que porque descubren que su mayor virtud y talento se desarrolla con un trabajo determinado o una profesión concreta, estas personas pasan su vida dedicadas a una tarea, en un rubro concreto que dirían los argentinos. Tal vez es pronto para aventurarme a adscribirme a uno de estos grupos que he formado ante ustedes, pero de partida me da la sensación de que siempre he estado más cerca de éstos últimos, y en general siempre he sabido qué quiero y qué me gusta. Voy a tiro fijo que diría mi madre. ¡La tienes clarísima, che!, que diría alguno de mis amigos. Y eso, a veces, es también una condena.
He contado muchas veces cómo empecé en esto de la música. A mí me gustaba cantar de niño. Escuchaba una canción que me gustase y la tarareaba, o cantaba el estribillo, etc. Por algún motivo sentía que era divertido y que disfrutaba con eso, y entonces agarraba los libretos de los discos que había en casa y los cantaba enteros. Trataba de hacer lo mismo que los cantantes que escuchaba, que mi voz se solapase con la suya. Lo mismo si era una mujer quien cantaba. Había algunas veces que me resultaba imposible, pero con otros me salía muy bien. Con 13 años escribí en un cuaderno montones de letras que yo musicaba en mi cabeza, el problema era que pasados unos días no sabía cómo era la melodía que días atrás había tarareado, así que un año más tarde me junté con dos compañeros de la escuela; Johnny y Currais, y uno con la guitarra y el otro con el piano, empezaron a buscar acordes que encajasen con lo que yo cantaba. Años más tarde, viendo la película cubana Beny Moré, en la que por cierto hace de esposa mi amiga del alma Limara Meneses, me di cuenta que su sistema para componer era el mismo, porque éste famoso cantante cubano tampoco tenía conocimientos musicales ni era instrumentista, así que le pedía a los suyos que encontrasen lo que él inventaba en su cabeza. No tenía conocimientos teóricos, pero tenía oído.
Hasta ahí, la música era una diversión, lo mismo que el fútbol, los videojuegos, el cine, la escritura, la política, el billar, la historia, el mundo animal… una diversión y un interés personal. Eran actividades y conocimientos que me entretenían y me motivaban, pero pronto iba a decantarme por la canción. Pedro Guerra tuvo la culpa.
Silvio Rodriguez y Luis Eduardo Aute eran mis dos artistas favoritos. Muy influenciado por la música que escuchaba mi madre en casa, estos dos maestros cantautores eran mi referencia absoluta. Yo tenía quince años recién cumplidos, y recuerdo muy bien que aquella noche que vi actuar a Pedro Guerra en el Parque de Castrelos, me cambió la vida. Yo estaba solo, en las gradas, y no tenía ni la más remota idea de qué iba a escuchar, porque me había ido de casa sin avisar a dar una vuelta y ver qué actuación había esa noche. Al día siguiente me dieron su primer disco “Golosinas”, un par de semanas más tarde me compraron mi primera guitarra, empecé clases con un profesor particular, y dos meses más tarde inicié mis estudios de guitarra en el conservatorio. Me acuerdo de estar sentado en mi casa, luchando con mis tres primeros acordes, y decirle a mi madre que ya tenía mi primera canción. Con lo organizado que soy, aún tengo un par de ellas de esos primeros seis meses guardadas, con su letra y su cancionero… son terribles, por supuesto.
Había encontrado alguien a quien seguir, una persona que admiraba y a la que de algún modo quería copiar. Él estaba sobre el escenario con sus canciones y su guitarra, acompañado por músicos amigos, y frente a él miles de personas disfrutando con unas historias frescas, juveniles, que realmente llegaban. Soy de los que aún hoy piensa que el mejor disco de Pedro Guerra es el primero, y me declaro un acérrimo seguidor del canario. He seguido su trayectoria desde entonces, y han sido muchas las veces que he tenido la suerte de poder verlo y conversar un poco con él, poco, mucho menos de lo que me habría gustado, por supuesto. Creo que me enseñó mucho sin darse cuenta, y que me impulsó a encontrar mi camino. Es complicado hacérselo ver a la otra persona, aunque me consta que lo sabe por la infinidad de veces que se lo he dicho, de un modo u otro.
A partir de ese momento comenzó mi andadura musical, y hasta hoy. Es curioso que escribo esto desde Buenos Aires, a muchos kilómetros de mi casa, en un país ajeno a mí al que vine precisamente para mejorar musicalmente, dotarme de más conocimientos y más herramientas para aplicar a mis canciones, y prepararme para mi próximo proyecto discográfico, siempre de forma independiente, autónoma. Así todo es más complejo. Nunca recibí ayuda de nadie en ese sentido. Contaba él hace poco lo que significó que alguien como Victor Manuel o Ana Belén, cantasen un tema suyo, le abriesen las puertas de la industria musical. Yo soy mal amigo de hacerme amigos por interés, de pedir nada, de solicitar ayuda. Creo que las cosas deben darse por sí mismas, y jamás me he valido de eso. En mis discos están mis amigos, están músicos que he contratado porque los valoro y los aprecio, y porque han querido. Nunca ha habido nadie que venga a cortar la cinta, a hacerse la foto, nadie de compromiso de cara a la galería, jamás. Ojalá algún día alguno de esos artistas que tanto admiro quieran o se presten a colaborar conmigo. Yo extenderé mi invitación, pero creo que poco más se puede hacer.
No sé qué sentirá Pedro Guerra cuando lea estas líneas, pero el otro día, escuchándole en concierto aquí en Buenos Aires, mientras repasaba sus 30 años de carrera musical presentando su último disco, yo, sentado con mi novia Laura en la primera fila, una vez más, como tantas otras, me emocionaba al verle, y recordaba que él tenía la culpa, que él me ayudó sin saberlo a prender la llama, me señaló una dirección y yo la he seguido, no sé cuánto de bien, o si soy un alumno desastre o no, pero le he puesto todo mi entusiasmo a esto desde aquel día cuando apenas tenía 15 años. No sé si dentro de otros 15 años estaré como él, mejor o peor, ni idea, y no quiero ni pensarlo, la verdad, sólo sé que espero sentirme orgulloso de mí mismo haga lo que haga. Sería bonito poder seguir haciendo música y poder vivir de ello, aunque no será fácil. El paso del tiempo es verdad que te va mechando, de a poco, por momentos te sientes más arriba, por momentos en las últimas. Por lo de pronto voy a seguir estudiando y formándome todo lo que pueda, y preparando ese futuro disco, veremos dónde nos lleva todo esto.
Verle fue recordar aquel primer concierto en Castrelos, o los que vinieron más tarde en el Teatro García Barbón. En uno de ellos salió de un taxi, cruzó la calle justo hacia donde yo estaba, y me firmó un pequeño poema que le había escrito. Luego me quedé pensando si no habría tenido más sentido dárselo, pero en el momento me puse nervioso, igual de nervioso que me puse el otro día aquí en Buenos Aires. En una ocasión le dije que me gustaban sus zapatillas, y recuerdo que me había comentado que las deportivas le resultaban muy cómodas. Sé que pensé que yo pensaba exactamente lo mismo. Otro año, en ese mismo teatro, no recuerdo de qué manera conseguí colarme a una prueba de sonido. Desde el último anfiteatro le escuché practicar algunos de sus temas y recuerdo que me moría de nervios; mezcla de la tensión propia de escuchar a mi ídolo, con los nervios de estar haciendo algo "ilegal" y la posibilidad de que me echasen. Recuerdo un año en el que alguien sentado cerca mía entre el público me pidió que por favor me callase y dejase de cantar todas sus canciones como un loco. O la vez en la que hace no mucho estuve soñando con la posibilidad real de que saliese a cantar un tema con él, cosa que finalmente no fue posible, aunque sí entré a los camerinos a charlar un rato con él y con su mujer, una simpatiquísima y agradable, María, a la que también aprecio desde que la conocí años atrás en Madrid, en uno de los conciertos de Pedro en la FNAC, donde me regalaron algún cartel, y se comprometieron a presentar su disco "Hijos de Eva" conmigo en el que por entonces era mi colegio mayor universitario, el Chaminade. Pedro vino, pasó la tarde con nosotros, y actuó en el salón de actos. Yo lo hice justo unos minutos antes y tuve el honor de presentarlo sobre el escenario. Fue uno de los momentos que recuerdo con más cariño de toda mi carrera. Y puestos a recordar conciertos... me acuerdo del parque de atraciones de Madrid, de verle en la plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela, y de que llegado a un punto su propia hermana, Belén Guerra, ya me reconocía cuando me veía en la primera fila de sus conciertos, igual que Luis Fernández, teclista y amigo suyo, con el que charlé en más de una ocasión. La verdad es que no sé el número exacto de veces que lo he visto en concierto pero seguro que más de diez. Leí su libro "Desmontando el cinismo" que aprovecho para recomendaros, porque la verdad es que las reflexiones que contiene me parecen de lo más acertado. Me ilusiona pensar que en el futuro seguiré escuchando sus canciones y seguiré teniendo esa ilusión infantil por su música. ¡Es algo fantástico!
Verle fue recordar aquel primer concierto en Castrelos, o los que vinieron más tarde en el Teatro García Barbón. En uno de ellos salió de un taxi, cruzó la calle justo hacia donde yo estaba, y me firmó un pequeño poema que le había escrito. Luego me quedé pensando si no habría tenido más sentido dárselo, pero en el momento me puse nervioso, igual de nervioso que me puse el otro día aquí en Buenos Aires. En una ocasión le dije que me gustaban sus zapatillas, y recuerdo que me había comentado que las deportivas le resultaban muy cómodas. Sé que pensé que yo pensaba exactamente lo mismo. Otro año, en ese mismo teatro, no recuerdo de qué manera conseguí colarme a una prueba de sonido. Desde el último anfiteatro le escuché practicar algunos de sus temas y recuerdo que me moría de nervios; mezcla de la tensión propia de escuchar a mi ídolo, con los nervios de estar haciendo algo "ilegal" y la posibilidad de que me echasen. Recuerdo un año en el que alguien sentado cerca mía entre el público me pidió que por favor me callase y dejase de cantar todas sus canciones como un loco. O la vez en la que hace no mucho estuve soñando con la posibilidad real de que saliese a cantar un tema con él, cosa que finalmente no fue posible, aunque sí entré a los camerinos a charlar un rato con él y con su mujer, una simpatiquísima y agradable, María, a la que también aprecio desde que la conocí años atrás en Madrid, en uno de los conciertos de Pedro en la FNAC, donde me regalaron algún cartel, y se comprometieron a presentar su disco "Hijos de Eva" conmigo en el que por entonces era mi colegio mayor universitario, el Chaminade. Pedro vino, pasó la tarde con nosotros, y actuó en el salón de actos. Yo lo hice justo unos minutos antes y tuve el honor de presentarlo sobre el escenario. Fue uno de los momentos que recuerdo con más cariño de toda mi carrera. Y puestos a recordar conciertos... me acuerdo del parque de atraciones de Madrid, de verle en la plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela, y de que llegado a un punto su propia hermana, Belén Guerra, ya me reconocía cuando me veía en la primera fila de sus conciertos, igual que Luis Fernández, teclista y amigo suyo, con el que charlé en más de una ocasión. La verdad es que no sé el número exacto de veces que lo he visto en concierto pero seguro que más de diez. Leí su libro "Desmontando el cinismo" que aprovecho para recomendaros, porque la verdad es que las reflexiones que contiene me parecen de lo más acertado. Me ilusiona pensar que en el futuro seguiré escuchando sus canciones y seguiré teniendo esa ilusión infantil por su música. ¡Es algo fantástico!
Mantengo ese sueño que tenía de chico de que algún día Pedro Guerra cante conmigo en alguno de mis discos, y terminemos haciendo un concierto juntos en la plaza de toros de las ventas de Madrid. Así lo soñé de adolescente, y así lo sigo peleando hoy. Seguiré intentándolo. Un sueño por cumplir.
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