¿Silvio Rodríguez? Soy Samuel Leví
Siempre recordaré el momento. Lo conocí. Cada segundo que pasé metido en aquella capilla estuvo cargado de sensaciones, de emociones. Cuando le miré a los ojos os prometo que pasó toda mi vida por delante de mí. Supe que había llegado a algún punto, pero no podía explicármelo en aquellos momentos y sigo siendo manco de palabras para definirlo ahora.
Era una tarde de viernes para la que tenía previsto asistir a la Fundación Pablo de la Torriente Brau, un lugar de la Habana Vieja en el que se realizan todos los meses conciertos de trovadores, exposiciones fotográficas, venta de discos y de libros sobre las artes. En el fondo no es más que una casa de las artes, un espacio para la cultura, y sin duda uno de los sitios que más importancia tienen en la capital para mi difusión musical. Quizás por esto último me dirijí al concierto de mi tocayo Samuel Águila y de otro compatriota suyo del que no recuerdo el nombre, mejor dicho no sé cómo se escribe (cómo los cubanos se inventan los nombres…algunos son realmente difíciles de entender y de escribir). Samuel es el que dirije uno de los programas del centro Pablo, que se llama “Puntal Alto” y donde es muy probable que pueda llegar a actuar. Una tercera persona que me había hablado del concierto (del que yo ya tenía información por otra vía) me confundió con la fecha y me hizo ir el viernes por error, ya que en realidad era el sábado. Anticipemos que el sábado volví al lugar y presencié el concierto de estos cantautores, con un público que llenaba una de las salas de la fundación, con unas 60-80 personas.
Al hilo de esto que estoy contando, y cómo el viernes había ido hasta la Habana Vieja para el concierto al que finalmente volvería al día siguiente, en la segunda vez, la válida, lo hice acompañado por dos chicas del ISA, una de las cuales se hizo amiga mía y platicamos durante un par de días seguidos. No os digo más. Únicamente que se llama Dainy, que tiene 21 años, que es rubia y trigueña, de unos luminosos ojos claros. Estatura media para una chica y muy delgada. Personalmente, estudiante universitaria de lo que vendría siendo Comunicaciones Audiovisuales especializada en fotografía (Luislove, te echo mucho de menos. La verdad es que a toda la pandilla me gustaría que se la pasasen por aquí y chonguear todos juntos. A veces me da algo de lástima no habérles dedicado más tiempo, pero sé que ustedes saben que siempre han sido importantísimos para mí y que me he volcado en demostrárles lo mucho que pueden contar conmigo, confiar, y apoyarse en mi persona. Mañic’s, Calderet’s, Frudin Bluson, Kaki, Beltrán, Luisbrik, Judiíta, Ssss, y él, Bor. En serio, os echo de menos a todos. Estoy orgulloso de poder sentirme vuestro amigo).
Gracias a Dainy descubrí un nuevo lugar de pinga. Está pegado al Museo del Chocolate, que a decir verdad me falló un poco. De esto que te lo venden como el sitio por antonomasia y luego… Te venden un chocolate que está bastante bueno y unas chocolatinas también muy guapas, pero la carta se compone de tres cosas, ¡Verídico! ¡Sólo puedes tomarte tres cosas! Os diré que por no haber, no hay ¡Ni un vaso de agua! ¡Ni te la venden! En fin, cuando vengáis es sitio de visita obligada pero a lo que iba, que enfrente está un café, que se paga en moneda nacional y en el que te sirven ¡¡¡Patatas fritas con huevo!! Lo digo en singular porque sólo te ponen uno. Las patatas son en tiras y lo cierto es que me recordaron a las esquisiteces que me prepara Mari Sol en casa de mi hermano. Me tomé dos cazuelas y paré porque no quería alargar nuestra estancia en el sitio más de la cuenta porque íbamos con prisa, ya que por el tema del precio no sería: 8 pesos cubanos (0’40€ el plato y 0’05€ el refresco). ¡De coña! Un sitio que se convertirá en mi parada fija siempre que por allí pase.
Siento hacer estos saltos de tiempo y de espacios pero la historia así me lo pide. Flashback (esta será una de las pocas concesiones que haré al puto idioma de los malditos EUA - Estados Unidos de América-, en todo mi diario-blog) y volvemos al viernes. La custodio de la Fundación Pablo me dio la mala noticia de que me había confundido de día cuando llegué al sitio, así que para que no me fuese de vacía sacó una guía cultural y me leyó conciertos y actividades que había ese mismo día, y ¡Oh sorpresa! ¡El maestro Leo Brower dirije una orquesta de cuerdas en la Basílica San Francisco de Asís! Había llegado el momento de verlo. Él para que sepáis, es uno de los guitarristas clásicos más importantes a nivel mundial. En los conservatorios de todo el planeta se estudian sus obras. Quizás penséis que no es muy importante pero para aquellos que se apasionan y desviven por la guitarra, este hombre es fundamental en la historia del instrumento en el siglo XX. Yo, que a pesar de mi incultura lo conocía, e incluso en mi época adolescente había estudiado cosas suyas, pensé que ya ni vivía, sabiendo que además había sido el maestro del mismísimo Silvio Rodríguez.
La basílica resultó quedar al lado de donde me encontraba y el precio, que para los yumas era de 8€ se dividía por diez si se trataba de mí (residente y estudiante) así que de nuevo pagué 8 pesos cubanos (obsérvese en el párrafo anterior la equivalencia a euros). Aquello se llenó con unas 120 personas y la acústica de la basílica colaboró, además del espectral silencio, y el virtuosismo de unos curretas de conservatorios aliñados con un director de orquesta, -Leo-, que es lo mejor que ha parido madre. Antes de empezar el nerviosismo que tenía era tal que escribí un mensaje a mi madre y a Mariajo, supongo que porque sé que vosotras admirarías aquello como yo, porque amáis la música, al igual que cuando enciendo la tele siempre miro para atrás, para ver la espectante cara de mi amigo del alma (fíjate qué palabra he usado, y te la digo con todas las letras pues no mereces menos), Israel, de quien por cierto me vienen recuerdos todos los días; tu huella es larga y profunda.
En un día en el que a consecuencia del arrastre de los anteriores me encontraba algo evadido de todo, es decir, me sentía como apagado, en estado de absoluto reposo, sin encontrarme a mí mismo y sin querer cuestionarme nada, apareció él. De pronto vi llegar a la sala a Silvio Rodríguez. Con lentes de contacto, con una camisa verde de estilo militar y unos pantalones vaqueros si mal no recuerdo, un hombre de 1’75 aproximadamente, de respingona barriga, y con unos sesenta años vividos a tope, se mostraba tocado por el paso del tiempo y quizás mucho más gastado de lo que debiera para su edad. Pero hizo que me saltara el corazón y casi las lágrimas. Durante toda mi vida, su música, sus letras, su persona, habían sido centro de atención para mí. En torno a su maestría perfilé gran parte de mis ideas y de mis sueños. Crecí con él, mejoré con él, aprendí de él, y lo admiro hasta el límite, que creo que debe ser precisamente el de reconocer en él a una persona a la que te gustaría poder parecerte. Sin llevarlo tan lejos algo parecido me pasa siempre con Borja, de quien aprovecho para decir, es también un ejemplo para mí.
Creí en Dios. Me ocurrió algo tan mágico que no puedo definirlo bien. En nada, se me vino a la cabeza dónde estaba, la gente que conocía, la vida que había llevado, las chicas que había besado, la madre que tenía, el padre que no, la música que hacía, mi disco, mi carrera, mis 23 años, Vigo, Madrid,… y no le quitaba los ojos de encima mientras la histeria me invadía. Era tan grande. No me di cuenta de lo mucho que me gustaba cuando lo vi, pero sí de que por primera vez en mi vida me sentía incapaz de explicárselo, no había manifestación posible para todo más que yo mismo, más que todo lo que yo soy.
¿Sabéis lo que hice? ¡Pues claro! ¡Cómo no! Me aproximé hasta la primera fila; donde él se había sentado junto a su mujer, Niurka González, una virtuosa flautista de reconocido prestigio y a la que más tarde pude escuchar actuando junto a la orquesta; y le dije:
- Disculpe, ¿Silvio Rodríguez? Soy Samuel Leví, un cantautor que…
Me preguntó que de qué ciudad de Galicia era, que si el disco que le estaba entregando era todo realizado por mí, que si las canciones eran propias, que en qué estilo se encuadraban,… Antes de irme, nos tiramos una foto que por cierto ya tengo en mi poder, y que por supuesto ya os enseñaré más adelante. Luego traté de recomponerme mientras no le quitaba ojo de encima durante todo el concierto, que fue brillante. Le vi irse con un niño colgado de su hombro y mi disco en su mano izquierda. ¡Viva Silvio!
Las jornadas de conciertos no quedaron ahí. Volviendo a casa el propio viernes, me dirijí directamente a la discoteca que tenemos al lado de la beca; El Sauce. En verdad era la primera vez que entraba, y estaba llena de gente de la escuela porque iban a actuar unos cuantos. Tenían preparado un concierto. Es un patio al aire libre en una finca, con apenas una barra, y mesas y sillas de plástico. No tiene mucha ciencia, pero para beber ya sabéis que no hace falta mucho. Precisamente la falta de “alicientes” motivaban el que no hubiese ido nunca. La gente que tocaba, que formaban varios grupos, se presupone de mucho nivel, sin embargo la actuación no llegó a gustarme especialmente, pero sí pasé un buen rato platicando con la tropa.
El último concierto de mi fin de semana, que coincidió el sábado con el de los dos cantautores de la Fundación Pablo, fue a la noche. Con Dainy y su amiga, intentamos acercarnos a la plaza de la catedral de la Habana Vieja, donde por cierto tampoco había ido, aunque había pasado por los alrededores de la zona. Desde allí las televisiones nacionales, y las emisoras de radio más importantes del país, retrasmitían el concierto clausura del festival nacional de música de no se qué cuartos, con la sinfónica nacional de cuba interpretando obras clásicas y de Pablo Milanés. Sólo se podía acceder con unas invitaciones y ¡Cómo no podía ser de otro modo…con mi carnet! ¡Pedazo de carnet! Pasé como me vino en gana mientras muchos otros se apilaban en torno a las vayas de acceso intentando descubrir el modo de colarse. Aquello se veía bien belllo, todo iluminado, con pantalla gigante que te permitía seguir con detalle lo que hacía la orquesta, y con un elenco de celebridades que por supuesto yo no conocía. Así que ¡Qué más se puede pedir! Mientras estaba allí sentado me di cuenta como tantas otras veces de la fortuna que tengo de llevar la vida que llevo y de lo feliz que se puede llegar a ser. Bueno,bueno.
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