De Guillermo Tell a Robin Hood;
descubriendo el tiro con arco
Si algo no quiero perder nunca son las ganas de vivir. Ganas de que cada día suceda algo nuevo. Ganas de aprender, de mejorar, de descubrir, de explorar, de probar, de retarme y de superarme. Quizás en este sentido, lo de menos sea el resultado que uno obtenga, y lo verdaderamente importante sea el hecho, lo vivido.
He tratado siempre de protegerme de la desidia, de la desazón, de la rutina, pensando que mañana es dentro de mucho tiempo, demasiado. Eso me lleva a veces a no querer irme a la cama por que ¡Hoy no ha pasado nada importante! Como quien espera que cada día sea extraordinario o excepcional, y claro, eso no es posible. He preferido también hacer, que contar o hablar sobre lo que pienso hacer o sobre lo que he hecho, a pesar de lo cual, me gusta dejar las cosas por escrito, no sé si tanto para compartirlo con otros, como para repasarme yo más adelante y rememorar ciertas cosas cuando con el transcurso del tiempo, la memoria empieza a ser caprichosamente selectiva, y un tanto falsa, o mejor, equívoca.
Siempre me gustaron las leyendas, es más, con ese calificativo bauticé al equipo de fútbol aficionado en el que jugaba cada sábado con mis mejores amigos en una liga local de Vigo, y en el que me sentía Stoichkov cada vez que tocaba la pelota. Terminé siendo más bien Aguilera o el “Chapi” Ferrer, fajándome en la banda derecha, campo arriba, campo abajo, en aquello que los entrenadores de antaño llamaban “carrilero” y que te condenaba a tocar poca bola y romperte las rodillas de un lado al otro del campo, para que nunca nadie estuviese del todo conforme, ni con lo que defendías, ni con lo que atacabas.
Las leyendas de carne y hueso, héroes de barrio, hombres singulares que el pueblo llano eleva a categoría de semidioses. Y si algo me gusta todavía más, es cuando no se sabe a ciencia cierta si existieron o son fruto de la imaginación, y ver como generación tras generación se siguen venerando y recreando su historia, incluso modernizándola en algunos casos, y añadiendo detalles de los que nunca se supo cosa alguna, pero que por repetidos se aceptan como válidos. Quizás, sin darme ni cuenta esté hablando de Jesús de Nazaret y de la Biblia, pero evitemos meternos hoy en camisas de once varas.
¿Qué tienen en común Guillermo Tell y Robin Hood? ¡Qué fácil os lo he puesto! Su dominio del arte del arco y la flecha. El primero, considerado uno de los primeros “libertadores” y luchador por la independencia de suiza, tuvo que demostrar -cuenta la leyenda- sus dotes con el arco nada más y nada menos que poniendo en riesgo la vida de su hijo. El segundo, se valió de su buena puntería para robarle a los ricos para repartir entre los pobres y sembrar la rebelión en las tierras inglesas de Nottinham y los bosques de Sherwood.
No me crean si quieren, piensen que le estoy dando mucha pomposidad al asunto, pero lo cierto es que me preguntaba cómo sería eso de disparar con flecha, cómo se sentiría. Sólo probar, nada más. Me lo venía preguntando desde que era un crío, pero posiblemente esta sea una de esas situaciones que no se presenta en la puerta de tu casa, y que sí o sí has de ir a buscar. Y nunca es el momento apropiado. Y cómo, y dónde, y con quién,... Y luego, al final de todo eso, si consigues superar todos los obstáculos, te encuentras la dilapidaria ¿Para qué? ¿De qué te sirve? Como si todo lo que haces en la vida tuviese que tener un beneficio económico/laboral, o mejor aún, cuantitativo. ¿Qué lugar le dejamos al mero conocimiento? Por placer, por descubrir algo nuevo, por experimentar. Ỳ tantas otras cosas que añadiría, y que hay que sentir más que explicar, como relajarte, realizar ejercicios de estiramiento, afinar tu paciencia, y por último, salir de casa, que a veces no está de más.
Y ahí me ven, añadiendo una nueva experiencia a mi vida. Y no se me da mal, la verdad. ¡Quién lo iba a decir! Y es que además, resulta que tiempo atrás había escrito los esbozos de uno de los guiones que preparo para los videoclips de mi próximo proyecto musical, y en uno de ellos, aparece precisamente el tema del tiro con arco, y qué mejor que prepararme para la historia que quiero contar, aprendiendo por mí mismo. ¡Estupendo! Sin lugar a dudas, mi mente va más rápida que mis manos, y son muchas las cosas que deseo hacer, y pocas las que puedo llevar a cabo, pero bueno, eso no me preocupa demasiado mientras no me estrese por ello, ya que visto de otro modo, es una forma interesante de mantenerme ilusionado con lo siguiente que quiero hacer.
Os dejo los datos del sitio al que yo voy por si os interesa:
Página web oficial de la Escuela de Tiro con Arco de Buenos Aires:
Blog de la escuela:
Entrenador: Raúl Vildoza