viernes, marzo 01, 2013

¿A dónde quieres ir? (Mi primera moto)


Sucede que a veces cumples un sueño, y quizás pueda parecer que uno peca de materialista cuando afirma sin rubor que siempre soñé con tener una moto. De esas cosas que uno quiere experimentar en la vida y con las que fantasea una y otra vez a medida que pasan los años. Hace unas semanas se hizo realidad. Sin darle más vueltas, sin pensarlo mucho; lo hice. Necesité la ayuda de un par de amigos (Fabricio y Fernanda) y de mi madre, pero finalmente conseguí experimentar la sensación de subirme a una moto y hacerla mía, y volar, y sentir en viento en la cara, y la impresión que puede llegar a dar transportarte en una moto, solo, con las luces de la ciudad como únicas testigo, y una recta de oscuro horizonte por la que avanzas sin mayor deseo que ser engullido por el infinito, e incluso te crees poderoso, y no importa siquiera saber a dónde ir, sólo importa descubrir nuevos lugares, correr hacia delante, como en una huida, como si escapases de algo y nada ni nadie pudiesen detenerte.

Aquí estoy con mi moto nueva. Como un niño.
 
Los que tenían moto en el colegio eran los más capos. Las cosas transcurrían a otra velocidad para ellos. La moto, sí o sí, es rock. La moto les hacía poderosos, podían llegar antes en los sitios, e incluso hacer que pareciese que estaban en todas partes. Podían llevar a alguien, y sólo a alguien, algo tan necesario a veces, cuando quieres perderte con una única persona, que además se siente única porque la has elegido a ella como acompañante. No me digáis que no tiene su fantasía tener una moto. Yo no tenía, y nunca estuve ni cerca de tenerla, así que me conformé durante una temporada en recorrer en bicicleta toda la ciudad, algo que con el tiempo se hizo inviable porque el trayecto de más de media hora pedaleando por todo el centro de Vigo es insufrible, cuestas aparte, debido a una configuración desastrosa de las calles, y al temor –más que realista- de morir en el intento. Llegar sudando a las clases no era bocado de buen gusto, y tener esa extrañísima sensación de no querer volver a casa al terminar la escuela, era algo que no debía permitir, y por eso dejé la soledad de la pedalada, para volver a mi autobús escolar número 6 con mi amiga Sandra, y mis amigos Calderet’s y el Plumas.


Dylan en su moto con un amigo
En la universidad de Madrid seguí creyendo que con una moto las cosas serían mucho más sencillas; ahorraría tiempo, y viviría mucho más cómodamente, pero no fue posible. Mi orden de prioridades dejaba en un lugar terciario comprarme una moto, así que nunca me puse de lleno a por ello. Los años fueron pasando y mi deseo de comprarla siguió estando presente, por momentos era muy intenso, pero nunca veía la oportunidad. Luego acabé sacando el carnet de conducir y comprando un coche, del que no me bajé en los dos últimos años que estuve en España, llegando a hacer más de 60.000 km en apenas dos años. Con él recorrí España, y di conciertos sin descanso. Fue mi mayor aliado y di por bueno aquello tan manido de “tener un coche te cambia la vida”, porque es cierto, me la cambió. Con la moto pasa un tanto de lo mismo; los planes que antes resultaban imposibles, ahora son viables. Ya no dices casi de forma autómata “no puedo”, porque gracias a la moto, puedes. Las posibilidades son inmensas, el tiempo que ganas es enorme, y puedes dedicarlo a tu carrera, a tus estudios, a tu trabajo, a tus labores, o a lo que te venga en gana, por ejemplo, a descansar. Llegas descansado a los sitios, llegas antes, y encima consume entre poco y nada. Los gastos de mantenimiento son mucho más bajos que los de un coche, el estacionamiento es prácticamente libre. Aparcas siempre en la puerta de los sitios. Puedes meter ciertas cosas en el baúl (caja transportadora), además de pizzas calientes, desde los libros de la facultad, a material musical para distribuir, así que te acercas a los locales y en nada, has realizado gestiones que de otra forma podrían hacerte perder una tarde entera. La ciudad se achata, deja de ser un espacio imposible de abarcar, y pasa a ser tu pista de carreras. Si llevas casco, las luces en buen estado, los papeles en regla, y no cometes locuras, no recibes ni una multa, y vas y vienes a tu gusto.



La motocicleta original de Ernesto Guevara de la Serna "Che"
Como todo, también tiene sus inconvenientes, claro está. No voy a negar que las motos son peligrosas, porque lo son. No hay que tenerle miedo, pero nunca se le debe perder el respeto. Conducir bajo presión, tensionado, o acobardado, es el primer paso para pegártela. Olvidarte de que casi nada te protege cuando vas en moto es imprescindible. Si llevas a alguien la responsabilidad es total. En un coche, cuando empiezas a aprender a conducir, sabes que tarde o temprano llegará algún rascazo. No tiene por qué haber un choque, pero sabes que además de ver cómo se te cala el coche, en algún momento rozarás con algo, porque es complejo calcular las distancias, sobre todo al principio. Los padres saben eso, y normalmente dejan a sus hijos algún coche viejo que tengan, o le compran uno de segunda mano para que se foguee. Con la moto esa posibilidad no existe. Si rozas algo eres tú quien roza. Si resbalas un poco con el coche o se te va el control, es sencillo recuperarlo sin que nada suceda. Si pierdes el control en la moto; reza. Un toque en el coche, es un fastidio, pero normalmente no tiene mayor trascendencia que alguna abolladura. Un toque a la moto y sales disparado hacia ni se sabe. Tu cuerpo y la moto son uno, así que hay que andar con mucho cuidado en ese sentido.

El otro gran inconveniente, más allá de la peligrosidad que entraña conducir por una ciudad del tamaño de Buenos Aires, es la lluvia. Dejemos de lado el estado deplorable de las vías, y pensemos en que conducir bajo la lluvia es una faena. La verdad es que no apetece, y es difícil no llegar empapado allá donde vayas. Con eso de que estamos en verano aún no me ha coincidido vivirlo en primera persona, pero intentaré estar equipado para cuando eso suceda.


Cartel de la película "Diarios de Motocicleta"
Hay dos personas, a las que admiro enormemente, que han tenido motocicletas del mismo tipo que el que yo he elegido, seguramente influenciado por el recuerdo de ellos; el Che Guevara; que hizo su particular viaje por América acompañado por un amigo (Alberto Granados) en una motocicleta (viaje y aventura que pretendo llevar a cabo más pronto que tarde), y del que podemos obtener una muestra en el libro o la película “Diarios de motocicleta” (esta última protagonizada por Gael García Bernal); y Bob Dylan, que sufrió un accidente con ella y estuvo a punto de no contarlo, y que coincidió con una etapa de reflexión y retiro momentáneo del músico de Minnesota.


Bob Dylan subido a su Triumph 500

¿He dicho que me parece preciosa? La verdad es que me encanta. Si, lo sé, estoy como un niño con zapatos nuevos, pero déjenme disfrutar. Mucho tiempo he esperado este momento. Pequeñas cosas de la vida que le hacen a uno feliz, ya ves. 

Escogí la marca Zanella, producto nacional argentino, y el modelo Rx 150cc G3, en color negro con rayas rojas, a juego con la furgoneta del Equipo A, que tantos recuerdos me trae de la infancia.


Ficha técnica de mi moto Zanella Rx 150cc G3

Abran paso.

Rum, rum, hace mi moto.



Canción "Rum Rum" - Pereza

No hay comentarios:

Publicar un comentario